lunes, 27 de enero de 2020

Nos roban con cuatro palabritas finas


En la naturaleza del poder político, en su ADN, está el gen de la concentración. La concentración del poder en un punto es una forma de dominio, la manera de crear dependencias y subalternidad. En la naturaleza del poder económico sustentado sobre una economía extractiva o especulativa, en su ADN, está la necesidad de interlocución con un poder político concentrado. La reducción al mínimo de la representación de intereses de la diversidad social, cultural y territorial es la traducción a ley de esos dos genes. Trajes, togas y sotanas, gustaron siempre de la proximidad al banco cuando no directamente de su titularidad.

Por eso en el ADN de la democracia deben estar los genes del federalismo, el republicanismo, la descentralización y la desconcentración; polis y cosmopolis. De lo contrario lo que crece son los territorios sin instituciones, sin derechos y sin futuro, vigilados desde la corte y, en el mejor de los casos, caritativamente subvencionados. La España vaciada, la Andalucía de la emigración con la Granada doblegada son fruto de lo mismo. No hay contrapeso legal contra la concentración de poder político y económico en las capitalidades. Hay que demandarlo.

El proceso de recentralización del poder institucional en España ha operado, opera, sobre la aceleración de políticas y leyes que laminan las competencias y la capacidad política de municipios y autonomías. Así se han creado ciudadanías de segunda y tercera división con carencia o degradación de servicios públicos que no tienen más remedio que abandonar su vida en los territorios culturales y familiares y marchar a lugares donde se vislumbra, si no más futuro, sí más servicios básicos. El catálogo de agravios es amplísimo.

En Granada la destrucción del ferrocarril que comunicaba comarcas, el desmantelamiento de las redes de tranvía que comunicaban todos los municipios del área metropolitana, la concentración del poder bancario liquidando lo que de banca pública quedaba y extirpando las cajas de ahorros de la territorialidad, los procesos de fusión hospitalaria, las decisiones políticas para el monocultivo intensivo de ladrillo y turismo, el fomento de la agricultura intensiva/extractiva, el abandono de la fiscalidad ecosocial y ambiental, y un largo etcétera, son precedentes de la nueva acometida de intentos de robo y robos consumados que estamos sufriendo las y los granadinos.

Aún estando grabado en el Estatuto de Autonomía de Andalucía que Granada tiene la capitalidad judicial de Andalucia, son recurrentes los intentos de arrancárnosla o trocearla llevándose salas allí donde hay más natalidad de jueces y más proximidad al poder, Sevilla, o clima mas atemperado y playa, Málaga.

Una provincia como la nuestra con más de ciento setenta municipios, setenta más que Sevilla, y un sin número de pedanías y alquerías sería la más afectada si se reduce la oferta educativa en los colegios rurales andaluces, retirar colegios, centros de salud, oficinas de la Junta es alimentar la despoblación, el abandono del campo y, consiguientemente el cuidado directo e indirecto del medio rural facilitando la entrada de actividades económicas extractivas, destructivas y contaminantes sin requerimientos intensivos de mano de obra, lo contrario que el fomento de la agricultura o la ganadería ecológica.

En estos días estamos viendo como el gobierno muy de derechas andaluz condicionado por la ultraderecha franquista de Vox, no sólo no cumple sus promesas de que CETURSA, la empresa pública que gestiona la estación de Sierra Nevada, o el Patronato de la Alhambra y el Generalife, que gestiona el espacio monumental más visitado de España, dependan más de las instituciones granadinas y de que sus beneficios económicos y de empleo repercutan más en Granada, sino que se llevan a Sevilla, la gestión del Parque de las Ciencias, segundo espacio más visitado de Granada y referente mundial en la didáctica de la ciencia, y extinguen la Escuela Andaluza de Salud Pública, un referente mundial en la investigación, formación y difusión de políticas públicas de salud.

Todo esto ha ocurrido, ocurre, y seguirá ocurriendo si las y los granadinos no ponemos pie en pared y decimos basta. Nos roban, nos roban, como cantó Carlos Cano, con cuatro palabritas finas, nos roban, nos roban. Tenemos que evitarlo.

No nos roba Sevilla, ni por supuesto los sevillanos, esa era antes la cantinela de la derecha Ganadina para destruir nuestro poder autonómico y entregárselo a otra capital, Madrid, donde están sus grandes amiguetes, los que de verdad mandan sobre ellos. Nos roba, ahora con alta intensidad, la derecha que gobierna Andalucía. Nos roba, como he dicho al principio de este artículo, para concentrar el poder y entregar lo público con más facilidad, mediante la privatización, a sus amigos del poder económico.

Seguir robando a Granada es destruir la autonomía de Andalucía, preguntémonos si no será ese el objetivo real del actual gobierno andaluz. Concentrar el poder para seguir entregando lo público al beneficio privado. Granada es Andalucía como la que más, negarlo es robar a Granada y liquidar Andalucía. No lo permitamos, es preciso armarla*.
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*La ilustración de este artículo es una obra del artista y poeta granadino, ya fallecido Juan de Loxa. En su blog reza así:

Cuando la bandera andaluza era una olvidada o desconocida, en "Encuentro de poesía visual ibérica", Sant Cugat del Vallés, noviembre 1975, Juan de Loxa expone una bandera verdiblanca fabricada con chapa sobre pané. Unas letras imantadas, desordenadas, sólo tenían la opción de organizar una palabra, ANDALUCÍA. Este poema de participación se titula Es preciso armarla.

lunes, 20 de enero de 2020

Ecología y territorialidad, una percepción andaluza

Fotografía de Doñana desde el cielo de Héctor Garrido
La historia de la humanidad es la historia de la huida de la naturaleza le oí o leí una vez al filósofo Victor Gómez Pin. Una afirmación impactante que condensa de repente más de 300.000 mil años de intervención y transformación de la naturaleza a cargo de nuestra especie con sus etapas de avance y retroceso civilizatorio. Otro filósofo, Ortega y Gasset, escribió “la técnica es lo contrario de la adaptación del sujeto al medio, es la adaptación del medio al sujeto.”

La crisis climática y ambiental planetaria, la crisis ecológica que vivimos cada vez más intensamente, es el producto del choque de la humanidad, en su huida de la naturaleza, con los límites naturales biofísicos que son condición de posibilidad de la supervivencia de nuestra especie. Un modo de producción y consumo, el capitalista, y un modelo energético, el fósil, se han acoplado en los últimos doscientos años, disparando la velocidad de aceleración de la huida del mundo físico hasta contemplar el abismo.

Lo que la confluencia del modelo energético fósil y el modelo económico capitalista han provocado es una crisis de base ecológica, una crisis sistémica no cíclica, la madre de todas las crisis, una crisis metabólica que afecta no solo a la naturaleza sino también a la naturaleza política territorial de las sociedades.

Las crisis cíclicas del capitalismo mundial durante el siglo veinte fueron crisis de escasez de materias primas, del control geopolítico del petróleo, por el control de los mercados o crisis de superproducción. Crisis propias de un modelo que considera infinitas, sin coste de reposición, las reservas de materias primas e ignora sus afecciones ambientales sin internalizar sus costes.

La última crisis, la que comienza a manifestarse virulentamente en 2008, es producto del intento de finales del siglo XX de saltarse los límites materiales huyendo hacia el capitalismo especulativo para mantener altas tasas de crecimiento. Una nueva forma de huir de la naturaleza ignorándola. La economía financiera especulativa se soporta, desconectada de la economía real con sus flujos de materia y energía, en la introducción del tiempo mediante el crédito y la especulación sobre el valor futuro de las mercancías. Para ello ha necesitado desconectar la política de la territorialidad, extirpando el poder de los estados para decidir qué tipo de políticas económicas o monetarias se aplican en cada momento y atacando a las democracias para laminar la capacidad de respuesta de los pueblos o comunidades políticas. Esta es la esencia del neoliberalismo. Además, desde la aparición de la comunicación vía internet a la velocidad de la luz, se ha producido un nuevo empujón hacia la extraterritorialidad del modelo económico, otra forma de alejamiento del mundo físico que cambia la gramática de comprensión del mundo.

La última huida de la naturaleza física de las relaciones económicas y de producción del capitalismo mundial y la consiguiente crisis en la que nos sumió cuando los valores financieros cayeron al perder pie en el territorio de la economía real, ha generado reactivamente un sustrato sociológico receptivo a las reclamaciones territoriales. Ese sustrato sociológico es un suelo fértil para el nacimiento de movimientos ciudadanos contrapuestos. La sensación de pérdida de capacidad de decisión y el miedo al futuro puede alimentar de un lado la solución totalitaria, neofascista, como estamos viendo en muchos lugares, incluida España y Andalucía, o por contra la solución democrática como la que debería aspirar a representar con claridad el actual gobierno de coalición.

Municipios, comarcas, provincias, regiones, autonomías, nacionalidades o naciones, cualquiera que sean las formas institucionales en que se substancie esa inmensa diversidad de comunidades políticas o culturales en las que vivimos han de participar del poder de decidir sobre lo que afecta a sus territorios y su ciudadanía. Plantear un horizonte federal cooperativo frente al horizonte de acumulación de poder en el centro de los estados (sean nación o no) que defienden las ultraderechas españolas y el neofascismo es clave para nuestra democracia.

Es así como, me apuntaba otra filósofa, Lilian Bermejo, la construcción de federalismo de abajo arriba, entendido de una manera amplia, no es más que la concreción del principio político marco de la ecología: “piensa global, actúa (y decide añadiría yo) local,” un principio en el que cabe a la perfección el sentido político del himno de Andalucía con la sentencia “sea por Andalucía libre, los pueblos (España si se prefiere) y la humanidad.” Si algo supuso la irrupción de Andalucía en la conformación de la constitución territorial española del 78 es ese pensar global y actuar local, ese derecho a decir reclamado en las calles el 4 de diciembre de 1977.

La batalla por el retorno a la territorialidad, inevitable, o la gana el mundo reaccionario, el centralismo, la concepción etnicista de los estado nación que busca el dominio antidemocrático del poder como solución totalitaria a la crisis en la que unos pocos ganen y la mayoría pierda, o la gana la democracia como instrumento de justicia, igualdad y garantía de futuro digno para la mayoría. Es evidente que por el peso cultural, territorial y poblacional de la voz de Andalucía dependerá muy mucho el modo en que se resuelva el futuro de España. La batalla será entre el pack del “a por ellos”, que incluye la destrucción sistemática de los derechos de todas y todos, o un necesario pack del “con nosotras”, por utilizar el género que está combatiendo al primero con más determinación, al que necesariamente para que tenga éxito habrá de sumarse la matria andaluza.