No hay vida sin memoria y no hay política sin territorio. Toda vida es un almacén de memoria, ADN, y un lugar para vivir, ecosistema. Sobrecoge la simpleza de este resumen. No hay política sin territorio, y no hay identidad sin ecosistema cultural. O sea, no hay cultura sin pueblo y no hay pueblo sin cultura.
La cultura es la memoria de los pueblos, su ADN. Hay pueblos cuya memoria cultural está simbolizada en su idioma (lengua materna), hay otros cuyo idioma es sobre todo su memoria cultural. Entre estos últimos está el andaluz, un pueblo cuya lengua materna es el anhelo de libertad, justicia y democracia. Recordémoslo una año más en estos días de aniversario del 4 de diciembre de 1977.
Desvincular la democracia del territorio es justo lo que busca el neoliberalismo para liquidar la parte del estado que le incomoda, el estado social y de los derechos. Por eso fue tan fácil reformar el artículo 135 de la CE por orden externa como aplicar el 155 por acuerdo interno. Una tarea a la que el capital se aplica bien con las armas de la represión policial o militar, con las armas económicas, o, últimamente, con un ejército de togas dispuesto a retorcer crípticamente las normas.
La misma fuerza que impide que las Venus capitolinas de El Salar (una población granadina de algo más de 2.500 habitantes) reposen culturalmente en su lugar de aparición, como no lo hace La Dama de Baza en Baza, es la que ordena la política de la última desindustrialización de Andalucía ocultada bajo los millones de los ERE, desmantela la red de ferrocarriles para que el AVE llegue desde todas partes al mismo sitio, legisla desde lejos para contaminar la tierra, el agua y el aire en lugares lejanos sin que sus habitantes puedan hacer algo más que revelarse, fuerza el monocultivo de la construcción y el turismo vendiendo los recursos a capital externo y lleva a la gente a la esclavitud liquidando derechos laborales y entregando a lo privado (energía, agua, salud, educación, dependencia,…) lo que solo como público garantiza la justicia y la equidad.
Quienes arguyen contra las demandas de soberanía de naciones, comarcas, poblaciones y ciudades que no quieren más fronteras dicen la verdad, no quieren fronteras para la fuerza represiva del capital, pero las adoran para liquidar la democracia, el estado social, lo común, lo público. Ese es el sentido del discurso de Casado/Abascal cuando hablan de reforzar y proteger las fronteras externas. Nos quieren en la dialéctica dentro/fuera en lugar de en la dialéctica fascismo/democracia.
Hace tiempo que sabemos, seguro, que la crisis del capitalismo es una crisis metabólica. Una especie de bulimia que devora cuerpos, vida y territorios. Enfrentarse a eso solo puede hacerse mediante el feminismo (la soberanía de los cuerpos), el ecologismo (la soberanía de la vida) y las identidades culturales (las soberanías territoriales).
Cuerpo, vida y territorio son argumentos centrales para la defensa de la democracia. O sea, la distribución normativa y caleidoscópica del poder. Así quiero recordar estos días el aniversario del 4 de diciembre de 1977.