Una afición deportiva fliparía viendo como el entrenador de su equipo regaña a un jugador cargándole la culpa de que lo acribillen a patadas, le pongan zancadillas o le arranque la camiseta a jirones. En mi primer equipo de baloncesto, cuando era un benjamín -así se llamaba la categoría más pequeña-, en el colegio, aprendí que al compañero se le cuida, se le defiende y se le anima cuando falla o cuando es presionado o atacado por el entorno. En los colegios de los barrios de Andalucía, por los que pasé hace ya muchos años, la peor consideración la tenían los traidores, los chivaticas y los chuletas, por ese orden.
La vicepresidenta segunda del gobierno, Yolanda Díaz, puesta de perfil ante los misiles que la derecha, la progresía y la izquierda con la vocación ideológica de Joaquín Sabina, suministran a la artillería mediática para disparar contra Irene Montero, demuestra que no es directora de equipo. Queriendo o sin querer, da lo mismo, ayuda a enemigos y adversarios. La similitud de sus declaraciones con las declaraciones de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, señalan el territorio en el que se mueve; demasiado parecido al de Carmen Calvo. La sororidad de Yolanda Díaz con la ministra Irene Montero brilla por su ausencia.
Hasta Pedro Sánchez ha estado más comedido. Tal vez porque debilitar a Podemos impedirá que siga de presidente del gobierno tras las próximas elecciones generales. Los números del CIS continúan dando un porcentaje férreo, en el entorno del 12%, a Unidas Podemos, o sea a Podemos. La valoración alta de la vicepresidenta significa que con un relato de buena, ella, malo, Podemos, sale una media alta por el cariño prestado por la derecha. La contradicción canta.
La operación acabar con Irene Montero le puede salir muy mal al PSOE, tal vez esa sea la verdadera intención del acoso a la ministra de Igualdad: entregar España al PP de Feijóo. Esperemos que el Supremo, las circulares de la fiscalía y la judicatura democrática, pongan sensatez en el asunto de la aplicación de la Ley del solo sí es sí, atendiendo a criterios jurisprudenciales y de Naciones Unidas. A ver si vamos a recordar aquello de: “la justicia es un cachondeo”.
Defender a Irene Montero con los argumentos que ella usa, con la elegancia jurídica de Victoria Rosell y con la sabiduría de Martín Pallín, entre otros y otras, debería ser símbolo de identidad de equipo. El feminismo es el ariete más fuerte a favor del avance democrático y contra los intersticios institucionales heredados del franquismo. Tiene masa crítica detrás, muchísima más que el sindicalismo o el ecologismo. Irene Montero no solo representa la potencia de transformación insuflada por Podemos desde 2014, representa un feminismo popular que ha tocado poder real y que popularizó en la izquierda la palabra sororidad.
Al igual que si no se puede bailar no debería gustarnos ninguna revolución, ninguna unidad pinta bien si quién está llamada a liderarla no trasmite empatía, camaradería, solidaridad, ni sororidad con quien sufre ataques de adversarios, enemigos o aliados. Si Sumar busca debilitar la fuerza de transformación de Podemos resultará un intento de suplantación del PSOE, en lugar de un proyecto de sustitución con voluntad hegemónica. Su recorrido tendrá el mismo alcance de un soplido. La ausencia de sororidad de Yolanda Díaz con la ministra Irene Montero es un indicador explícito.
Publicado en La Voz del Sur