lunes, 19 de diciembre de 2022

Trinidad antidemocrática contra gobierno legítimo


La derecha española es una y trina. El titular de primera plana de El Mundo, “El PP teme la reacción de la derecha política, judicial y mediática”, definió la Santísima Trinidad del poder reaccionario en España. Un titular para amenazar al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. Si pactas con el PSOE la renovación del CGPJ eres líder muerto. La acción concertada hizo efecto. Feijóo, llegado de tierras celtas, al que la progresa mediática señaló con la etiqueta de hombre de estado que comprende la España diversa, se achantó y rompió el acuerdo con el PSOE que venía cantándose.

La caída en tres días de su predecesor, Pablo Casado, a manos del omnipotente dios trino afincado en Madrid, debió influir. Desde entonces, la tela de araña retrógrada circunscrita por la M-30, señala lo que Feijóo debe hacer. Se reveló ilusa la creencia en la posibilidad de una derecha para gobernar la España plurinacional. La decisión de Feijóo, manejado por Isabel Díaz Ayuso, los Federicos mediáticos y las togas más rancias, acabó con el sueño húmedo de grupos liberales, que redoblaban fuerzas para atacar a Podemos con el objetivo de retornar al bipartidismo cuanto antes.

Si Feijóo hubiese pactado la renovación del CGPJ, el PSOE de Sánchez tendría más fácil seguir siendo el PSOE afiliado al poder económico y la monarquía, en definitiva al régimen del 78. Si hubiese pactado, el veto del PP a la magistrada Victoria Rosell, aceptado con naturalidad por el presidente Pedro Sánchez y la vicepresidenta segunda Yolanda Díaz, habría roto al grupo parlamentario de Unidas Podemos, dejando una falla divisoria entre la izquierda rogatoria y la izquierda del sí se puede.

En un contexto así, el PP podría haber intentado ampliar su fuerza electoral, aprovechando el desgaste del PSOE, por los acuerdos para rebajar el conflicto catalán, y la crisis a su izquierda. Ya no ocurrirá. Una vez títere de la Trinidad reaccionaria, el presidente del PP está en manos de lo que le dicte el conglomerado de deidades a las que sirve. ¿Si no, para qué se creerá que le hemos traído?, arengaba Losantos desde la torre de control de la radio COPE de los obispos.

La semana pasada, el jueves noche, el presidente del PP promovió ante el Tribunal Constitucional un recurso que busca suspender la votación en el Congreso, para reformar la forma electiva de los miembros del mismo tribunal, dado que está parcialmente caducado por el bloqueo al que el CGPJ tiene sometida su renovación. Intentar impedir preventivamente una votación en la sede de la soberanía popular, bien supremo de la democracia, es una aberración a la que podemos llamar intento de golpe de estado. El procedimiento lo inicia el Partido Popular presidido por Alberto Núñez Feijóo. A punto estuvo el viernes pasado de consumarse el golpe. El aplazamiento a este lunes de la decisión, a petición de los cinco vocales progresistas, prolonga la tensión sin eliminar un ápice la gravedad. Grave es que el dios trino indique que hay que actuar golpistamente contra la democracia española, que el líder del partido más votado de la derecha lo acepte, y gravísimo que el TC ponga en su frontispicio “la democracia soy yo”. Una acción concertada que, de consumarse, destruiría por completo la credibilidad del Tribunal Constitucional como institución, abriendo una crisis de consecuencias difíciles de prever.

Lo que ocurre señala que la derecha española, con sus grandes medios de comunicación y los altos poderes judiciales del estado, tienen naturaleza antidemocrática. El gobierno legítimo viene siendo torpedeado desde su nacimiento. La legitimidad democrática del gobierno son los números que dan la representatividad parlamentaria, consecuencia de los resultados electorales. Las votaciones de leyes y presupuestos que salen con mayorías absolutas muy superiores a la mínima son habituales en esta legislatura. Inscrita la aritmética parlamentaria en el contexto de lo ocurrido en tres años, desde la pandemia a la guerra en Ucrania, la fortaleza del gobierno y del bloque de investidura que lo apoya es indiscutible. Ocurra lo que ocurra con la decisión del TC respecto de si el poder legislativo puede votar o no una propuesta legislativa, cualquiera que sea el modo en que se tramite, se ha puesto de manifiesto que la derecha, los medios de la derecha, la cúpula del Poder Judicial y el TC actuales, son poco o nada fiables para la democracia.

Políticamente el punto es de no retorno. Para Alberto Núñez Feijóo, títere en la tela de araña de la ultraderecha madrileña, será ya imposible aparecer como un moderado hombre de Estado que comprende la diversidad territorial de España. Para Pedro Sánchez debería ser una lección aprendida, se lo dijo Pablo Iglesias, después de a por nosotros irán a por vosotros, avancemos, lo siguiente es cambiar la mayoría de elección parlamentaria de los miembros del CGPJ. Para Yolanda Díaz, la señal de que el proyecto de país no puede nacer subalterno del 78. Para Ione Belarra, una prueba más de que la alianza estratégica, capaz de vencer la pulsión antidemocrática, pasa por el bloque de dirección de estado, cualquiera que sea la forma en que se articule en las distintas identidades territoriales.

Publicado en La Voz el Sur

domingo, 4 de diciembre de 2022

4 de diciembre, Día de la Bandera de Andalucía


Hay dos formas de nombrar Andalucía, con la palabra o con su bandera. La verdiblanca es una enseña de siglos. La primera referencia histórica de una bandera verde, blanca y verde en Al-Andalus está en la poesía de Abu Asbag Ibn Arqam, visir de la cora de Guadix en el siglo XI. Tras verla ondear en la alcazaba de Almería escribió: “Una verde bandera que se ha hecho de la aurora blanca un cinturón despliega sobre ti una ala de delicia. Que ella te asegure la felicidad al concederte un espíritu triunfante”. Al igual que a la bandera de Euskadi se le llama ikurriña y a la de Cataluña señera, a la bandera de Andalucía se le llama arbonaida. Arbonaida, procedente del árabe albulayda, significa mi tierra, mi país.

La bandera de Andalucía, junto con su escudo, se aprobó en la asamblea andalucista de Ronda de 1918 que convocaron los Centros Andaluces. En esa asamblea, en la que participó Blas Infante, se asumió el proyecto de Constitución Federal de Andalucía de 1883, conocido como Constitución de Antequera. Es por eso que la canción Verde, Blanca y Verde del primer disco de Carlos Cano en 1976 comienza con la estrofa “De Ronda vengo lo mío buscando, la flor del pueblo, la flor de mayo, verde, blanca y verde. Ay qué bonica, verla en el aire, quitando penas, quitando hambres, verde, blanca y verde. Amo mi tierra, lucho por ella, mi esperanza es su bandera...”. Esta canción, que se hizo popular durante la Transición y las luchas de Andalucía por tener una autonomía como la que más, se convirtió en el segundo himno de Andalucía.

Desde entonces, desde el 4 de diciembre de 1977 en el que dos millones de andaluces y andaluzas salieron a las calles de las capitales de Andalucía además de en Barcelona, Madrid y Bilbao –Andalucía tenía por entonces más de dos millones de emigrantes tanto en los focos de industrialización españoles como en la Europa industrializada–, la bandera de Andalucía está asociada a autogobierno, libertad y derechos del pueblo andaluz, escuelas gratis, medicina y hospital, vuelta de la emigración, cultura y prosperidad. Por esa bandera murió Manuel José García Caparrós en Málaga, por disparos de la gris policía franquista, que intentó impedir que la arbonaida ondeara en el edificio de la Diputación de Málaga, como lo hacía en el resto de diputaciones andaluzas.

La bandera de Andalucía es, desde entonces, símbolo del pueblo andaluz que se constituyó en las calles frente a quienes nos querían relegar a una autonomía regionalista de tercera, una descentralización administrativa a las órdenes del gobierno de España con sede en Madrid. Es Andalucía la que a partir de las movilizaciones de 1977 dibuja la Constitución autonómica. Ese pueblo andaluz hecho nación en las calles forzó que la Constitución de 1979 incluyera el artículo 151, con un procedimiento obtuso, para que mediante un referéndum que habría de ganarse por mayoría absoluta del censo, no de votantes, en cada una de las provincias, Andalucía pudiese acceder a la consideración de nacionalidad histórica, como la Constitución le otorgaba a Galicia, País Vasco y Cataluña sin necesidad de votación popular alguna. Hay que recordar que el golpe de Estado de 1936 impidió la aprobación del Estatuto de Andalucía, que se estaba tramitando durante la II República y que nos equiparaba con las otras nacionalidades históricas del Estado.

En Andalucía no hay un solo partido democrático que se atreva a presentarse a las elecciones autonómicas sin la palabra Andalucía en su marca. Solo Vox ignora Andalucía, y la quiere, como el franquismo, sirvienta de España. El actual presidente andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, prefirió la bandera de Andalucía para celebrar su victoria electoral a la bandera española que su partido ha enseñoreado insistentemente desde su nacimiento. Ya en la campaña electoral, que culminó el diecinueve de junio de 2022, el PP de Andalucía hacía ostentación de la bandera andaluza mezclada con la bandera española.

La idea de declarar el 4 de diciembre Día Nacional de Andalucía es una demanda histórica del andalucismo político, que fue, con la figura principal de Alejandro Rojas Marcos, líder en la transición del Partido Socialista de Andalucía, catalizador del empuje hacia la autonomía andaluza y la consideración constitucional de Andalucía como nacionalidad histórica. Andalucía es la única comunidad del Estado que consigue su institucionalidad autonómica en las calles y mediante referéndum. Un legado de la luchadora generación de la Transición que debemos celebrar y honrar.

Recientemente, en la presentación del libro Por un poder andaluz, de José Luis Villar en la Casa de la Alegría (Dar Al-Farah), residencia última de Blas Infante antes de su asesinato ordenado por Queipo de Llano, Rojas Marcos envolvió al Presidente Andaluz, Moreno Bonilla, para que declarara el 4 de diciembre Día de la Bandera de Andalucía. El presidente se comprometió a evaluarlo con la intención de hacerlo. Y así ha sido por decreto del 8 de noviembre de este mismo año. Sin ser festivo, es la primera vez que en Andalucía se conmemora institucionalmente el 4 de diciembre de 1977. Podemos afirmar que la introducción en el calendario institucional del 4 de diciembre como referencia histórica es justicia reparadora de la memoria, un homenaje que la generación actual hace a las generaciones andaluzas pasadas y un legado para que las generaciones futuras no olviden la memoria de un pueblo.

Que esto haya ocurrido estando en el gobierno andaluz la herencia política de quienes para el 28 de febrero de 1980 pedían la abstención con el lema “Andaluz, este no es tu referéndum”, no puede por más que alegrarnos porque demuestra, por si nuestra potencia cultural y nuestros acentos no fuesen suficientes, que Andalucía es pueblo, es nación y está destinada a defender sus intereses para el buen vivir de quienes pueblan nuestra geografía, hayan nacido o no en territorio andaluz.

La bandera de Andalucía no es propiedad de nadie, es la bandera que identifica y con la que se identifica el pueblo andaluz, en toda su diversidad geográfica, cultural, relacional, económica, de clase e ideológica. Conviene decir esto porque lo último que debemos desear es que la bandera salga deshilachada a jirones entre tanto tirón de parte. Para el PSOE andaluz las consecuencias de su abandono, olvidando que fue la bandera de los derechos y poniéndola al servicio del “a por ellos”, están a la vista, ahora dice que es suya y que el PP no cree en ella. La izquierda andalucista le echa un cerco para que su sentido sea más el de clase que el de pueblo, olvida que no solo hay explotación de clase rica sobre clases populares, sino también explotación y colonización de unos pueblos sobre otros.

La izquierda andaluza, andalucista, no debería ignorar que la fuerza que tienen otros pueblos como el catalán o el vasco se debe a la transversalidad de sus banderas, son banderas que representan a las clases populares tanto como al empresariado con raíces en esos territorios, por eso son pueblos con más influencia política que el andaluz y en mejor situación económica. Con la bandera andaluza no debe ocurrir como con la española, debe representar a un pueblo entero. Al contrario que la española que representa, como bien sabe la derecha, la herencia franquista antidemocrática y monárquica, por eso la arroja contra lo que consideran antiespaña, las izquierdas y los partidos nacionalistas.

Las banderas no son trapos, como las palabras no son letras, tienen semántica y etimología, tienen historia y significado, viven en el tiempo. Si la arbonaida es nuestro país, nuestra tierra, nuestro pueblo es su bandera.

Bienvenido el 4 de diciembre, Día de la Bandera de Andalucía. ¡Viva Andalucía libre!

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Mario Ortega Rodríguez, presidente de Andalucía y Democracia; Pilar Cuevas López, vicepresidenta de Andalucía y Democracia; Salvador Soler García, abogado Stop Desahucios y derechos humanos; Lilián Bermejo Luque, profesora de la Universidad de Granada; Francisco Garrido Peña, profesor de la Universidad de Jaén; Antonia Agudo González, abogada; Iván Casero Montes, ingeniero y agroecólogo; Adelina Sánchez Espinosa, coordinadora Erasmus Mundus Estudios de Género; Manuel González de Molina, catedrático de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla; Rubén Pérez Trujillano, jurista y profesor de la UGR; Carmen Reina López, arquitecta; José Bejarano López, periodista, vicepresidente de la Asociación de la Prensa de Sevilla; Javier Rodríguez Alcázar, escritor y profesor de la UGR; Elisa Cabrerizo Medina, médica forense del comité investigación restos Valle de los Caídos; Manuel Machuca González, escritor y farmacéutico; Blanca Parrilla Muñoz, maestra y antropóloga; Julián Álvarez Ortega, abogado; Marcos García Mariscal, abogado laboralista; Manuel Rodríguez Alcázar, técnico municipal; Francisco Calvo Miralles, ingeniero industrial; Raúl Solís, periodista; Juan Manuel Sanz Marín, empresario.



jueves, 1 de diciembre de 2022

Lo que pretende 'La Vanguardia'


Es indudable que Enric Juliana es uno de los mejores analistas políticos de la prensa española. Lo cual no impide leerlo excrutando su intencionalidad. En su reciente artículo en La Vanguardia titulado P-24 y P-25 la intención aparece de modo sutil. Juliana busca indicar a Pedro Sánchez que está muy bien frenar a Podemos para lo que quede de legislatura. Digo a Podemos y no a Unidas Podemos porque la foto que ilustra el artículo no es inocente, son las ministras Ione Belarra e Irene Montero sonrientes y aplaudiendo en el acto de desagravio a la primera, celebrado el sábado 26 de noviembre, tras los atauqes machistas de la derecha y la ultra derecha, que encontraron abono en prensa titulada de izquierdas y progresista.

Cuando los articulistas progresistas de La Vanguardia, o los claramente de derechas, buscan adular la actitud de Yolanda Díaz y potenciarla como líder autónoma de Sumar, usan la foto de la vicepresidenta segunda. La intención es la misma, debilitar a Podemos. La pregunta que debemos hacernos es por qué. La Vanguardia es un periódico conservador, monárquico, de derecha económica que decidió ocupar el espacio que El País comenzó a abandonar tras la caída de Zapatero y que culminó con la llegada a su dirección de Antonio Caño. El País se tornaba prensa reaccionaria en tanto La Vanguardia, con referentes como Enric Juliana, Pedro Vallín o Jordi Évole, buscaba expandirse en el espacio hispano que la prensa escrita del grupo Prisa dejaba vacío.

En eso estaba hasta que Alberto Núñez Feijóo sustituyó a Pablo Casado bajo la insignia de moderado con amplia experiencia política. Entonces los propietarios y grupos de interés empresarial y bancario que sustentan de una manera u otra a La Vanguardia, soñaron con que un PP "moderado", ajeno al trumpismo madrileño, podría ganar las elecciones generales y pactar gobierno de España y presupuestos económicos conservadores, como antes de la irrupción de Podemos, con las derechas vasca y catalana. Para que el sueño se cumpla trabajan.

Desde entonces los referentes progresistas de La Vanguardia se fajan para lograr el objetivo; Enric Juliana, de una manera más grácil, y Pedro Vallín pegando un volantazo de tal calibre que ha roto la imagen de progresista liberal, en la que ponía su panorámica erudición cinematográfica. Así se aplican en cultivar las condiciones para que la influencia de Podemos desaparezca del mapa político hispano. Por eso dolió tanto a La Vanguardia que un señor gallego de moderadas maneras se plegase al trumpismo madrileño de la derecha política, mediática y judicial, y rompiese el acuerdo para la renovación del CGPJ que lo certificaba como hombre de estado.

Juliana en el artículo al que aludo arriba afirma que el Pedro Sánchez del 24 de noviembre, día en que se aprobaron los PGE de 2023, no es el mismo que el del 25 de noviembre. Una vez aprobados, el PSOE se comporta en el gobierno y desde su grupo parlamentario haciendo oposición al gobierno, también Meritxel Batet desde la presidencia del Congreso. Esto no le parece mal al referente “progresista” de La Vanguardia, dado que no usa para describir ese cambio manifiesto entre el 24 y el 25 ni un solo adjetivo crítico. Señala, lo imagino escribiéndolo con cierto regusto pícaro, el modus operandi de Sánchez al frenar las críticas a Irene Montero antes de que se aprobaran los presupuestos, para, una vez aprobados, activar los bloqueos de la ley trans, la de familias, la de los derechos de los animales, la de vivienda y la mordaza.

La cuestión es que La Vanguardia busca que se cumpla su sueño, que gane Feijóo y pueda pactar con las derechas vasca y catalana, limitando la capacidad de bloqueo del facherío centralista. Por eso, a través de Juliana, le escribe a Pedro Sánchez, casi sin que se note, como quien no quiere la cosa, para que se desplaze al centro haciéndole oposición a Podemos, con el anzuelo de la teoría de Iván Redondo de que tras las próximas generales gobernará quien obtenga más de 140 escaños.

Para el PSOE el problema es que hace tiempo que el centro no existe y que el bipartidismo de la transición se rompió en pedazos, el de Podemos y el de un buen número de pedazos plurinacionales y hasta provinciales. La Vanguardia fomenta la imposibilidad de gobiernos futuros con Podemos, adulando a Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, trabaja para Feijóo y las derechas catalana y vasca. Lo hace porque sabe que hay votantes en la izquierda a quienes se puede confundir, que están hartos de lo que ensalzan como enfrentamientos o ruido, cuando lo que hay en ese campo son diferencias estratégicas relevantes, que tienen que ver con querer suplantar al PSOE para ser un PSOE bis o, sencillamente, sustituirlo, para avanzar por la izquierda y la democracia en la medida en que el contexto lo permita.