Lo supimos siempre. Ocurre que la clase casta se ha pasado tanto en todos estos años de régimen del 78, que en los últimos dos decenios se excedió a lo grande ya confiada en su absoluta impunidad.
A mi me gustaría que la justicia fuese como una escuela pública o como un hospital público. Que cuando entres por su puerta cualquiera que sea tu condición, judical o no, esté de tu parte e igual que de parte de cualquiera. No es así por razones evidentes.
Raperos, titiriteros, activistas sociales, ecologístas, sindicalistas, músicos, -pronto podrían ser escritores, poetas, pintores,...- , que denuncian las injusticias sociales y los privilegios son tratados y tratadas con una diligencia sañuda que hacía tiempo no veíamos. No te digo ya los pobres, ese más del 30% de la sociedad española, los invisibles, o las familias desahuciadas.
Como contrasta todo ello con los indúltos, las sentencias ad hoc, las penas de risa, las argucias argumentativas de las sentencias a quienes han hecho vida en barrios de ricos ricos riquísmos.
Tal vez sea que el régimen está herido y actúa dando tarascadas de derrota en la esperanza de que frenará la consolidadción de un espacio verdaderamente democrático. Ojalá.
Mientras el acceso a la justicia dependa de quien seas, mientras se aplique según tu condición genética o económica, no podremos decir que vivimos en una democracia real.