martes, 26 de marzo de 2019

Pablo Iglesias con la verdad por delante


Se avecinan las elecciones generales del 28 de abril adelantadas por Sánchez tras la negativa del independentismo a apoyar unos presupuestos pactados con Unidos Podemos. Sánchez pretende aprovechar el susto en el cuerpo que al votante demócrata y progresista más o menos de izquierdas le entró tras los resultados electorales de las elecciones andaluzas, en sinergia con el fracaso de convocatoria de la manifestación reaccionaria que dibujó la foto del trío de Colón.

Si la suma del trío de Colón no da mayoría y Sánchez puede sumar la absoluta con Ciudadanos, intentará esto último por todos los medios ante la presión que los poderes fácticos y financieros españoles, incluida la casa real a la que el PSOE se pliega siempre con facilidad, van a ejercer para que esta vez, sin la necesidad de la abstención de Podemos, así sea. De ese pacto PSOE/Ciudadanos configurado en el papel contra los derechos sociales, económicos, ecológicos y de género, nos salvó en noviembre de 2015 y junio de 2016, con un PP con olor a podredumbre, el hecho de que PSOE+Ciudadanos no daban mayoría. La otra mayoría posible, los números daban, la de la moción de censura, fue obstaculizada durante dos años por el PSOE de Andalucía militarmente susanista que forzó la abstención para que gobernara Rajoy. Esos son los hechos.

Los hechos nos dicen que la alianza del PSOE andaluz con Ciudadanos, bajo cuyo apoyo gobernó la pasada legislatura, deterioró de tal manera los servicios públicos andaluces, la educación, la sanidad, las ayudas a la dependencia y los derechos de las y los trabajadores sometidos a operaciones de privatización directa o encubierta, engordando las cifras de pobreza, desempleo, precariedad y desigualdad de tal manera, que generó un fuerte estado de repudio y desazón en el voto de izquierdas haciendo que una buena parte se quedase en casa por sincero desprecio al susanismo.

Si ese voto no se fue a Adelante Andalucía para sujetar la sangría de la izquierda fue por dos motivos centrales. El primero, el desprecio y hostigamiento del PSOE andaluz con toda la presa en manos de la banca trabajando en demonizar la fuerza del podemismo en su versión andaluza. El segundo, la evidencia de que si la suma de PSOE y Adelante Andalucía daba, Susana Díaz no saldría del poder. De modo que la pulsión central del votante por la derecha y por la izquierda fue expulsar a Susana Díaz, con todo lo que significaba, del gobierno andaluz. Esa pulsión indignada del voto de derechas, sabedora de su pasada impotencia histórica, relajó la transferencia de voto hacia el fascismo. Esos son los hechos, y así lo certifica la encuesta post electoral de CIS. Cataluña no influyó tanto como se dice, poco comparado con la idea de echar a Susana Díaz. El resultado demuestra que la alianza del PSOE de Andalucía con Ciudadanos abrió la puerta al fascismo. Hechos.

Sumado este pasado reciente al pasado del PSOE desde la gran victoria de Felipe González, queda demostrado que es un partido que gana prometiendo derechos sociales, económicos, ambientales y de género, y gobierna frenando o incluso retrocediendo en la aplicación efectiva de los mismos. No cabe duda que entregando lo público a lo privado y negociando retrocesos que un tiempo fueron compensados con la ilusión del crédito fácil que condujo al desastre y a la actual deuda pública, y con el feminismo de la paridad y los derechos LGTBI, junto con concesiones ambientales que funcionaron como violet y green washing. Hechos conocidos.

De modo que según los hechos conocidos nos encontramos en un momento en que los escenarios post electorales del 28 de abril son, como bien dibujó Pablo Iglesias este pasado sábado 23 de marzo, tres. Si gana el tripartito de Colón, el que gobierna de facto Andalucía, formarán gobierno seguro con el fin de destrozar la democracia en España. Sí al PSOE le dan los números con Ciudadanos, formaran gobierno deteriorando de tal manera lo público y enconando de tal manera la cuestión catalana, que abrirán, como hicieron en Andalucía, la puerta al neofascismo. Y por último, si no se dan las opciones anteriores, lo que precisa resultados razonablemente buenos de Unidas Podemos, Sánchez deberá cumplir todo aquello que prometió para ganarle las primarias a Susana Díaz.

La deuda pública galopante española fruto de los gobiernos de Rajoy, de la modificación del artículo 135 de la constitución española, de la ley de estabilidad presupuestaria, del techo de gasto, de la reforma laboral durísma, en palabras del ministro Guindos que ahora vive tan felizmente en la sede alemana del BCE, y de la ley mordaza, se verá incrementada por las políticas de destrucción del Estado con los parabienes a la fiscalidad de los ricos que lleva en cartera Ciudadanos y que impondrá al PSOE, por la traducción de la deuda ecológica en deuda pública fruto de ignorar el cambio climático y por el desprecio a los derechos y las reivindicaciones del programa político del feminismo.

Pablo Iglesias irrumpió fuerte, con la verdad por delante, este pasado 23 de marzo. Como el gran político que es dibujó el marco del escenario y sitúo los muebles en el lugar preciso. Lo hizo señalando con claridad a quienes se presentan a las elecciones regalando dinero a las opciones que se ponen a sus pies, todas menos Unidos Podemos, y controlando con títulos de propiedad de los grandes medios de comunicación lo que se dice y lo que no se dice, generando en el mejor de los casos estado de opinión y en el peor, noticias falsas y manipulación.

En tiempos de fake news, de invención de cifras y de mentiras, no es mal asunto ir con la verdad por delante.

martes, 12 de marzo de 2019

Feminismo y ecología, una conexión revolucionaria


La vida es una fábrica de tiempo. Durar y generar capacidad de duración, reproducirse, es el fin de la vida en términos biológicos. Toda la bioquímica de la vida sobre el planeta Tierra está dedicada a su autosostenimiento, toda la biodiversidad de los ecosistemas está estructurada para vivir y sobrevivir. Toda la complejidad de la naturaleza viva está invertida en luchar contra la degeneración impuesta por el segundo principio de la termodinámica, la entropía del universo siempre aumenta, absorbiendo energía exterior (del sol) para, como describió Erwin Rödinger en ¿Qué es la vida?, obtener negantropía y luchar contra la entropía que anuncia la muerte.

Una de las lineas de fuerza del feminismo desde siempre ha sido poner la vida en el centro. Poner la vida en el centro no como una vida valle de lágrimas si no como una vida placentera, una vida plena con aspiración de felicidad colectiva e individual. Ahora todos y todas nos damos cuenta porque “la vida en el centro” se ha convertido en idea fuerza y lema iterativo de la actual gran movilización política del feminismo por la igualdad y la equidad, al considerar las causas estructurales de la desigualdad como las causas profundas de la violencia machista.

Ese poner la vida en el centro es la conexión directa del feminismo con el ecologismo. No como una vuelta a las cavernas, ni como una apología del dolor que supone el hecho biológico de que la vida humana necesite vida de otras especies para vivir, sino como una aspiración de respeto a la biodiversidad, que es condición de posibilidad para todas las vidas, en el margen estrecho de las condiciones fisicoquímicas de la biosfera que le son imprescindibles.

La gran aspiración cultural de la ecología política, ha sido cambiar la perspectiva antropocéntrica, que en realidad es androcéntrica y capitalista, por una perspectiva biocéntrica. En ese cambio de mirada se ponen en juego tanto la crítica a las relaciones de producción del sistema capitalista como la función social y productiva (y ambiental) de los medios de producción y su propiedad.

Consiguientemente, al poner la vida (toda la vida, la humana y la del resto de la diversidad natural) en el centro, se pone en cuestión tanto el modelo capitalista de crecimiento como cualquier salida al mismo que pretenda apalancarse sobre la distribución “más justa” de los rendimientos del capital. El crecimiento deja de ser fin en sí mismo y sinónimo de progreso. Lo que el feminismo, al poner la vida en el centro, y el ecologismo dicen es que la solución no está en los modelos político económicos nacidos en el siglo XIX, cuyas consecuencias vivimos en términos de desigualdad, daño ambiental y violencia. La democracia ya no resiste la fuerza del capitalismo, crecer para crecer, ni la solución del viejo socialismo, crecer para repartir, porque es la vida, y más la vida humana, y más la de las mujeres, lo que está en riesgo.

En esa raíz de cambio cultural revolucionario se sitúa la intencionalidad del discurso del capital neoliberal de “crear” un nuevo feminismo calificado de liberal. Se trata de apropiarse del término feminismo para destruirlo, al igual que ha ocurrido con el término sostenibilidad en el marco de la economía ecológica. Una suerte de violet washing para que funcione como un green washing. Pintura sobre la fachada de un edificio estructuralmente podrido. Los lazos morados que se ponen algunos dirigentes políticos son al feminismo lo que al ecologismo los barriles de petróleo barnizados de verde. Afortunadamente, en algunos países como España este intento, de momento, ha resultado ridículo dada la fuerza con la que el feminismo ha penetrado en los espacios privados y sociales de las mujeres, incluso en los de los hombres. En el mismo sentido contracultural contra el feminismo se sitúan las propuestas de la derecha ideológicamente más reaccionaria y nacionalcatólica de apoyar por ley la maternidad para abogar por “la cultura de la vida”. El enemigo ha entendido a la perfección la fuerza de ese “poner la vida en el centro” y no ha tardado un segundo en buscar la manera de intentar destruir su sentido revolucionario.

El feminismo ha puesto la vida en el centro al reclamar justicia y equidad, y exigir el fin del patriarcado y la violencia estructural que se deriva del modelo cultural/económico en el que los hombres mandan porque sí (mandamos porque mandamos). El feminismo que está convocando huelgas, manifestaciones y movilizaciones en los últimos años lleva en su programa político la revolución, porque además de incorporar la lucha por la paridad en los espacios de representación y la defensa de la ruptura con los roles culturales en el reparto de tareas y trabajo, ataca con sus demandas de justicia y equidad la causa estructural de la violencia machista, un sistema económico que deja para las mujeres los trabajos menos remunerados, y que cuando ocupan puestos más valorados ellas son peor pagadas que ellos. Un sistema económico que externaliza en las mujeres los costes de las tareas de cuidados y de la reproducción social (infancia, mayores, pacientes, trabajo doméstico) sin las cuales la sociedad colapsaría. Las tareas que fabrican tiempo, las imprescindibles para la vida, son despreciadas.

El sentido profundo de ese “poner la vida en el centro” se constata en que la vida es una lucha contra los efectos degenerativos del tiempo. Una tarea puesta exclusiva y culturalmente en manos de las mujeres para que la sociedad funcione y se reproduzca. Esa tarea no solo no está repartida con equidad, sino que está minusvalorada y marginada a pesar de ser imprescindible.

La virulencia de los ataques contra el feminismo y la intención de desvirtuar el contenido de su programa político tiene que ver con esto. El sistema económico capitalista es un destructor de tiempo. El modelo energético fósil, el expolio de las reservas minerales, la destrucción de los ecosistemas y la biodiversidad aceleran la digestión del tiempo que crea la vida natural al igual que el modelo patriarcal devora el tiempo social que crean las mujeres. Y, como hemos dicho al principio, si la vida es algo, es una fábrica de tiempo. Consiguientemente el capitalismo es un destructor de vida porque es Saturno liquidando el tiempo.

Si la función de la vida es vivir, si la aspiración feminista es valorar culturalmente los cuidados y la vida buena en sociedad, la acción diaria del capitalismo patriarcal es matar sin importar la vida de la naturaleza ni la vida de las personas. He ahí el carácter revolucionario de poner la vida placentera en el centro y la fuerza política de la conexión entre feminismo y ecologismo.