Una de las lineas de fuerza del feminismo desde siempre ha sido poner la vida en el centro. Poner la vida en el centro no como una vida valle de lágrimas si no como una vida placentera, una vida plena con aspiración de felicidad colectiva e individual. Ahora todos y todas nos damos cuenta porque “la vida en el centro” se ha convertido en idea fuerza y lema iterativo de la actual gran movilización política del feminismo por la igualdad y la equidad, al considerar las causas estructurales de la desigualdad como las causas profundas de la violencia machista.
Ese poner la vida en el centro es la conexión directa del feminismo con el ecologismo. No como una vuelta a las cavernas, ni como una apología del dolor que supone el hecho biológico de que la vida humana necesite vida de otras especies para vivir, sino como una aspiración de respeto a la biodiversidad, que es condición de posibilidad para todas las vidas, en el margen estrecho de las condiciones fisicoquímicas de la biosfera que le son imprescindibles.
La gran aspiración cultural de la ecología política, ha sido cambiar la perspectiva antropocéntrica, que en realidad es androcéntrica y capitalista, por una perspectiva biocéntrica. En ese cambio de mirada se ponen en juego tanto la crítica a las relaciones de producción del sistema capitalista como la función social y productiva (y ambiental) de los medios de producción y su propiedad.
Consiguientemente, al poner la vida (toda la vida, la humana y la del resto de la diversidad natural) en el centro, se pone en cuestión tanto el modelo capitalista de crecimiento como cualquier salida al mismo que pretenda apalancarse sobre la distribución “más justa” de los rendimientos del capital. El crecimiento deja de ser fin en sí mismo y sinónimo de progreso. Lo que el feminismo, al poner la vida en el centro, y el ecologismo dicen es que la solución no está en los modelos político económicos nacidos en el siglo XIX, cuyas consecuencias vivimos en términos de desigualdad, daño ambiental y violencia. La democracia ya no resiste la fuerza del capitalismo, crecer para crecer, ni la solución del viejo socialismo, crecer para repartir, porque es la vida, y más la vida humana, y más la de las mujeres, lo que está en riesgo.
En esa raíz de cambio cultural revolucionario se sitúa la intencionalidad del discurso del capital neoliberal de “crear” un nuevo feminismo calificado de liberal. Se trata de apropiarse del término feminismo para destruirlo, al igual que ha ocurrido con el término sostenibilidad en el marco de la economía ecológica. Una suerte de violet washing para que funcione como un green washing. Pintura sobre la fachada de un edificio estructuralmente podrido. Los lazos morados que se ponen algunos dirigentes políticos son al feminismo lo que al ecologismo los barriles de petróleo barnizados de verde. Afortunadamente, en algunos países como España este intento, de momento, ha resultado ridículo dada la fuerza con la que el feminismo ha penetrado en los espacios privados y sociales de las mujeres, incluso en los de los hombres. En el mismo sentido contracultural contra el feminismo se sitúan las propuestas de la derecha ideológicamente más reaccionaria y nacionalcatólica de apoyar por ley la maternidad para abogar por “la cultura de la vida”. El enemigo ha entendido a la perfección la fuerza de ese “poner la vida en el centro” y no ha tardado un segundo en buscar la manera de intentar destruir su sentido revolucionario.
El feminismo ha puesto la vida en el centro al reclamar justicia y equidad, y exigir el fin del patriarcado y la violencia estructural que se deriva del modelo cultural/económico en el que los hombres mandan porque sí (mandamos porque mandamos). El feminismo que está convocando huelgas, manifestaciones y movilizaciones en los últimos años lleva en su programa político la revolución, porque además de incorporar la lucha por la paridad en los espacios de representación y la defensa de la ruptura con los roles culturales en el reparto de tareas y trabajo, ataca con sus demandas de justicia y equidad la causa estructural de la violencia machista, un sistema económico que deja para las mujeres los trabajos menos remunerados, y que cuando ocupan puestos más valorados ellas son peor pagadas que ellos. Un sistema económico que externaliza en las mujeres los costes de las tareas de cuidados y de la reproducción social (infancia, mayores, pacientes, trabajo doméstico) sin las cuales la sociedad colapsaría. Las tareas que fabrican tiempo, las imprescindibles para la vida, son despreciadas.
El sentido profundo de ese “poner la vida en el centro” se constata en que la vida es una lucha contra los efectos degenerativos del tiempo. Una tarea puesta exclusiva y culturalmente en manos de las mujeres para que la sociedad funcione y se reproduzca. Esa tarea no solo no está repartida con equidad, sino que está minusvalorada y marginada a pesar de ser imprescindible.
La virulencia de los ataques contra el feminismo y la intención de desvirtuar el contenido de su programa político tiene que ver con esto. El sistema económico capitalista es un destructor de tiempo. El modelo energético fósil, el expolio de las reservas minerales, la destrucción de los ecosistemas y la biodiversidad aceleran la digestión del tiempo que crea la vida natural al igual que el modelo patriarcal devora el tiempo social que crean las mujeres. Y, como hemos dicho al principio, si la vida es algo, es una fábrica de tiempo. Consiguientemente el capitalismo es un destructor de vida porque es Saturno liquidando el tiempo.
Si la función de la vida es vivir, si la aspiración feminista es valorar culturalmente los cuidados y la vida buena en sociedad, la acción diaria del capitalismo patriarcal es matar sin importar la vida de la naturaleza ni la vida de las personas. He ahí el carácter revolucionario de poner la vida placentera en el centro y la fuerza política de la conexión entre feminismo y ecologismo.
Consiguientemente, al poner la vida (toda la vida, la humana y la del resto de la diversidad natural) en el centro, se pone en cuestión tanto el modelo capitalista de crecimiento como cualquier salida al mismo que pretenda apalancarse sobre la distribución “más justa” de los rendimientos del capital. El crecimiento deja de ser fin en sí mismo y sinónimo de progreso. Lo que el feminismo, al poner la vida en el centro, y el ecologismo dicen es que la solución no está en los modelos político económicos nacidos en el siglo XIX, cuyas consecuencias vivimos en términos de desigualdad, daño ambiental y violencia. La democracia ya no resiste la fuerza del capitalismo, crecer para crecer, ni la solución del viejo socialismo, crecer para repartir, porque es la vida, y más la vida humana, y más la de las mujeres, lo que está en riesgo.
En esa raíz de cambio cultural revolucionario se sitúa la intencionalidad del discurso del capital neoliberal de “crear” un nuevo feminismo calificado de liberal. Se trata de apropiarse del término feminismo para destruirlo, al igual que ha ocurrido con el término sostenibilidad en el marco de la economía ecológica. Una suerte de violet washing para que funcione como un green washing. Pintura sobre la fachada de un edificio estructuralmente podrido. Los lazos morados que se ponen algunos dirigentes políticos son al feminismo lo que al ecologismo los barriles de petróleo barnizados de verde. Afortunadamente, en algunos países como España este intento, de momento, ha resultado ridículo dada la fuerza con la que el feminismo ha penetrado en los espacios privados y sociales de las mujeres, incluso en los de los hombres. En el mismo sentido contracultural contra el feminismo se sitúan las propuestas de la derecha ideológicamente más reaccionaria y nacionalcatólica de apoyar por ley la maternidad para abogar por “la cultura de la vida”. El enemigo ha entendido a la perfección la fuerza de ese “poner la vida en el centro” y no ha tardado un segundo en buscar la manera de intentar destruir su sentido revolucionario.
El feminismo ha puesto la vida en el centro al reclamar justicia y equidad, y exigir el fin del patriarcado y la violencia estructural que se deriva del modelo cultural/económico en el que los hombres mandan porque sí (mandamos porque mandamos). El feminismo que está convocando huelgas, manifestaciones y movilizaciones en los últimos años lleva en su programa político la revolución, porque además de incorporar la lucha por la paridad en los espacios de representación y la defensa de la ruptura con los roles culturales en el reparto de tareas y trabajo, ataca con sus demandas de justicia y equidad la causa estructural de la violencia machista, un sistema económico que deja para las mujeres los trabajos menos remunerados, y que cuando ocupan puestos más valorados ellas son peor pagadas que ellos. Un sistema económico que externaliza en las mujeres los costes de las tareas de cuidados y de la reproducción social (infancia, mayores, pacientes, trabajo doméstico) sin las cuales la sociedad colapsaría. Las tareas que fabrican tiempo, las imprescindibles para la vida, son despreciadas.
El sentido profundo de ese “poner la vida en el centro” se constata en que la vida es una lucha contra los efectos degenerativos del tiempo. Una tarea puesta exclusiva y culturalmente en manos de las mujeres para que la sociedad funcione y se reproduzca. Esa tarea no solo no está repartida con equidad, sino que está minusvalorada y marginada a pesar de ser imprescindible.
La virulencia de los ataques contra el feminismo y la intención de desvirtuar el contenido de su programa político tiene que ver con esto. El sistema económico capitalista es un destructor de tiempo. El modelo energético fósil, el expolio de las reservas minerales, la destrucción de los ecosistemas y la biodiversidad aceleran la digestión del tiempo que crea la vida natural al igual que el modelo patriarcal devora el tiempo social que crean las mujeres. Y, como hemos dicho al principio, si la vida es algo, es una fábrica de tiempo. Consiguientemente el capitalismo es un destructor de vida porque es Saturno liquidando el tiempo.
Si la función de la vida es vivir, si la aspiración feminista es valorar culturalmente los cuidados y la vida buena en sociedad, la acción diaria del capitalismo patriarcal es matar sin importar la vida de la naturaleza ni la vida de las personas. He ahí el carácter revolucionario de poner la vida placentera en el centro y la fuerza política de la conexión entre feminismo y ecologismo.