Obra de Antoni Tapiès |
Corren malos tiempos para la democracia, el último ataque frontal ha sido la reforma laboral unilateral del gobierno del PP, entregando prácticamente la totalidad del poder a los dueños del capital. Que no se confundan las pymes, no estoy hablando de ellas. Los dueños del capital son los que son. Ustedes los conocen, a unos más y a otros menos.
Esto ocurre cuando acabamos de contemplar hace unos meses una movilización emergente como la del 15M. Dicha movilización amplificó el análisis que en muchos lugares recónditos se estaba haciendo sobre los déficit democráticos de nuestra treintañera democracia. Las palabras clave que irrumpieron con fuerza fueron transparencia y horizontalidad, adobadas con el categórico todos los votos deben ser iguales.
Después, vino lo que vino, una victoria arrolladora de la derecha española (el adjetivo no es trivial). Las urnas legitiman mucho. Más allá de las llantinas sobre la ley electoral, lo cierto es que las posiciones más reaccionarias en materia económica y de derechos civiles ganaron. La consecuencia de las urnas es que el actual gobierno está usando su mayoría aplastante sin contemplaciones, no quiere necesitar interlocutores sociales para equilibrar sus decisiones con el sentir de una buena parte de la población que no les votó. Se rompió el espacio para las minorías, esencial en democracia.
Con carácter previo se producían en las plazas del 15M, discusiones sobre si llamar a votar o no, sobre si el voto nulo o en blanco, sobre si a los minoritarios o a los más minoritarios que los minoritarios. Debates desideologizados, tal y como le gusta a la derecha. Luego vinieron las comisiones temáticas, y las subcomisiones de la comisiones.
La simplicidad del análisis que surge del 15M, fruto de un impulso colectivo defensivo, en el que no ha habido mucho lugar para la autoritas, la perspectiva histórica o los espacios pausados de conformación de opiniones, no ha dado lugar a perspectivas ideológicas. Tomar las plazas colectivamente es un acto de rebelión, pero no produce per se un espacio de reflexión individual, y mucho menos una alternativa política. La cita diaria, la asamblea 24 horas son manifestaciones de la velocidad a la que solo pueden correr unas pocas personas.
Queda vacante el lugar para construir un espacio ideológico de confrontación contra la derecha ultraliberal. Es cierto, nadie le pedía al 15M, ni siquiera sus más activos participantes, que tuviera una traducción política con nombre de partido. Ocurre que sin esa traducción, sin un referente instrumental ideologizado, la historia ha demostrado que los cambios son imposibles.
Observamos como la deriva totalitaria de la derecha española es el fruto perverso de su legitimación en las urnas por la vía democrática. Pero la deriva autoritaria en procesos emergentes de confrontación contra el liberalismo económico puede venir también de la incomprensión de la esencia del juego democrático.
Desde el punto de vista de la ecología política, teniendo en cuenta los conceptos límite, complejidad y precaución, la democracia, para ser tal, requiere la regulación equilibrada de cuatro antinomias dialógicas (Morín):
Transparencia/oscurantismo
Es necesaria una regulación metodológica espacio-temporal para la libre conformación de las opiniones individuales y las decisiones colectivas.
Se advierte que la magnificación de las redes sociales y los espacios virtuales de debate, excluye a la mayor parte de la población. Como la excluyeron poco a poco los agotadores debates en las plazas. La brecha digital, los límites individuales (laborales, familiares, sociales, económicos...,) para seguir los acontecimientos a la velocidad y con la intensidad con la que circulan en las redes o en la calle, seleccionan un porcentaje muy pequeño de personas activas.
De este modo lo que se llama transparencia se convierte en oscurantismo, la velocidad de quienes están y corren más aparta a quienes están menos o no están, debido a límites ajenos a su voluntad.
Como conclusión podemos afirmar que la participación, el debate previo, la deliberación, deben ser normalizados para evitar los desequilibrios de acceso a la información y la participación.
En este punto es donde encuentro el mayor de los déficit democráticos actuales. La inmensa mayoría de los espacios mediáticos donde se conforma la opinión pública de masas están tomados por los marcos de la economía liberal y la religión católica dominante en España. Más que la legislación electoral, el problema de la democracia está en la escasez de espacios de libertad democráticos preformativos de la opinión pública.
Mayoría/minoría
Si tras el voto, no existen espacios de acción e intervención de quienes han resultado en minoría, sea en proceso decisorios de ideas o de personas, el alimento imprescindible de la democracia que es la capacidad de poner en cuestión, de plantear dudas o posiciones diferenciadas, queda envenenado.
La integración de las minorías es esencial, las reglas del juego democrático deben prever sus espacios de representación. La horizontalidad no regulada conduce a la dictadura de la mayoría.
Persona/Colectividad
Una simplificación muy acusada en la actualidad es la vuelta a la concepción de la democracia exclusivamente como el acatamiento individual del resultado de la votación colectiva. Se olvida que la democracia supone de modo constituyente un juego de equilibrios entre voluntad colectiva y libertad o voluntad individual (Kelsen).
Por esta concepción simplista la horizontalidad se convierte en la anulación de la voluntad individual (libertad). Esto supone una barrera de entrada y una brecha de huída para la implicación personal en proyectos colectivos. Nadie, consciente de ello, está dispuesto a entregarse en cuerpo y alma al resultado de decisiones colectivas como si de un ejercito se tratara cuyo mando único fuese el resultado numérico de las votaciones.
En este diálogo persona/colectividad cabe considerar también la cuestión de la representación. Sin posibilidad de ser representado o representada se añade un nuevo límite al ejercicio de la democracia. Quien no puede viajar o estar delante del ordenador, en los nuevos procesos de toma de decisiones virtuales, queda fuera de la intervención en las decisiones si no pueden delegar o votar previamente su representación.
Unidad/diversidad
La democracia no puede no comprender la existencia de comunidades políticas o de intereses políticos. Agrupaciones voluntarias de personas que comparten un proyecto en común temático, territorial o de cariz ideológico, fruto de la complejidad, la diversidad y la libertad.
Sin la regulación de la integración de la diversidad colectiva, sin sus mínimos de representación, cualquier proyecto en común está abocado a lo único como absoluto.
En definitiva, y para terminar, un modelo organizativo democrático, sea de estado o de organización partidista, para ser verdaderamente democrático ha de constituirse con unas reglas del juego que permitan equilibrios sobre los ejes de la participación, la deliberación, la elección, la representación y la prospección.
Sin reglas del juego no hay juego.