viernes, 21 de junio de 2013

A propósito de la unidad de la izquierda


La necesidad de la unidad de la izquierda
La necesidad de la unidad para derrotar al actual gobierno del PP, arrinconar a la troika, bloquear los abusos de la Alemania de Merkel y cambiar la correlación de fuerzas en Europa para cambiar la actual institucionalidad europea, entregada por la vía del gobierno de la Comisión a los objetivos neoliberales, parece una demanda compartida de las clases afectadas por los recortes, la precariedad laboral y el desempleo. Esta demanda percibida, en mi opinión, es fruto de una real dispersión política y estratégica de todas las formas que articulan la lucha antineoliberal en el momento actual.
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Las élites extractivas se preparan para apalancar su poder
Estamos viendo, hemos visto, cómo las élites temen a su vez el riesgo de ruptura electoral del modelo bipartidista, fundamentalmente porque la intención del voto al PSOE (salvo en Andalucía que aguanta respecto de las autonómicas de 2012) no deja de caer, por ello su demanda es una demanda de pacto bipartidista que sostenga el sistema de poder que nació en la transición y que fue heredero del su pasado reciente, con la corona a la cabeza.

La previsible unidad de las élites económicas, con las direcciones políticas del bipartidismo y las derechas nacionalistas catalana y vasca, se está perfilando ya con una estrategia para soportar unos años más el desgaste respecto de la calle. Esta estrategia pasa por la centralización genérica, la limitación de la autonomía municipal, el encorsetamiento de las políticas de ingresos de la comunidades autónomas, la asimetría fiscal y la consolidación de privilegios para pactar la limitación de las tensiones soberanistas vasco-navarro-catalana; por reformas legislativas electorales que consoliden el sistema bipartidista, y por demandas conjuntas a la Comisión europea, el BCE y el BEI de inversiones en crecimiento y migajas para el punto más crítico por donde puede romperse la cuerda que ata su futuro con el pasado de la transición, que no es más que la gran masa de juventud sin futuro que ya tenemos.
A este pacto de los de arriba (gestores de los intereses del capital), sólo cabe anteponer la alianza de clase de los de abajo.
La unidad de la izquierda pasa por colaborar en la construcción de una alianza estratégica de las clases afectadas, las llamamos clases populares. Un amplio espectro que en su mayoría había entregado su confianza a la socialdemocracia (aquí española) y votaba unas veces más y otras menos al PSOE. A ese previsible pacto explícito o tácito que se está fraguando entre PP y PSOE, iniciado con la pantomima del frente europeo español, sólo puede enfrentarse la unidad estratégica de la izquierda política y social.
La promesa diaria del gobierno del PP
La promesa diaria del gobierno del PP de que con las políticas de restricción de derechos se saldrá de la crisis y en un plazo de uno, de dos o de tres años las cosas volverán a la situación de partida, unida a la actitud represiva y soberbia frente a las movilizaciones y las demandas sociales, es la estrategia ideal para bloquear la aparición de una esperanza de cambio político, y es la que permite a la derecha (aquí sobre presupuestos católicos) sostener aún, practicando un daño social masivo, una intención de voto del orden del 28%. Esta estrategia convive con una añoranza latente de la población que resiste resignada, y que vive todavía esperando la vuelta de ese pasado donde la riqueza se manifestó como un espejismo.
La interpretación ecológica que nadie quiso ver
Durante muchos años fue absolutamente despreciada y electoralmente despreciable, la interpretación ecológica del modelo vigente productivista-consumista financiarizado y especulativo, que se manifestaba con la crisis climática global y las destrucciones ambientales localizadas. Ahora las consecuencias se han desplazado al terreno del retroceso en derechos, limitada la producción por su choque con los límites planetarios, desplazada la economía al terreno improductivo de las finanzas, las burbujas financieras se pagan con transferencia de rentas de las clases populares a las élites. No obstante el germen de una lectura coherente con lo que ocurrió, ocurre, y ocurrirá si no frenamos la locura capitalista, se mantuvo vivo en los lugares recónditos y marginales donde sólo sobreviven las minorías y las disidencias.
El sindicalismo imprescindible
El llamamiento indirecto de Rubalcaba a UGT y CC.OO para aceptar la reforma y recorte de las pensiones, diciendo que no firmará si no están los sindicatos (ya veremos) es una nueva trampa al sindicalismo de clase. Un sindicalismo que hasta ahora, en virtud del crecimiento asociado al modelo especulativo y financiero, ha negociado a la baja salarios (teniendo en cuenta el IPC real), modalidades de contratación y pensiones (recordemos el pacto con el gobierno Zapatero anunciado en enero de 2011, a pesar de haberle hecho una huelga general en septiembre de 2010 con motivo de su reforma laboral). Pero esto no es culpa del sindicalismo de clase ni de los y las dirigentes sindicales, así sin más. Lo que ocurre no es una cuestión moral, lo que ocurre responde a causas sistémicas. El sindicalismo sabía de la dificultades de movilizar a las y los trabajadores en tiempos en que la riqueza ficción se manifestaba como una realidad imperecedera y se sustentaba sobre el uso “popular” de la tarjeta de crédito.
Y es más, en ese momento histórico donde todo era imparable, iba bien, y se prometía el pleno empleo, el espacio interpretativo e intelectual de la izquierda estaba tomado ampliamente por los modelos productivistas, la izquierda real resistía sobre una base obrerista y una intelectualidad universitaria consciente, en el límite de las barreras legales que determinan la representación en los parlamentos, al tiempo que la base social de la izquierda votaba mayoritariamente al PSOE, ya porque le iba bien, ya porque no quería que fuese peor (voto útil).
Si la población no votaba mayoritariamente opciones de izquierdas, y consideraba simpáticas o marginales las opciones de la ecología política, era porque todo le iba francamente bien mientras los ingresos del estado procedían en más de un 20% del sector de la construcción, y daba igual advertir de lo que se avecinaba, la cortina de humo neoliberal era muy espesa y la tarjeta de crédito el narcótico perfecto.
En esas condiciones no podemos culpar a los sindicatos de nada, salvo, como a la izquierda política real, de no haber tenido un plan B cocinado cuando aparecieron los primeros indicios de que todo se desmoronaba. Si hay alguna crítica, ésta sólo puede ser la de no haber creído nada de lo que la ecología política decía. La inexistencia del plan B fruto de la falta de análisis político económico y de cierto acomodamiento de los aparatos y direcciones hizo que la primera pulsión de cambio se manifestara como una emergencia imprevisible, hablamos del 15M.
Ahora, la unidad de la izquierda a la que apelamos como necesaria, requiere que el sindicalismo al que nos referimos (el sindicalismo de clase) se salga de una vez por todas de los marcos de negociación que imponen las élites económicas y se sitúe definitivamente del lado de la ofensiva de la izquierda política y sus bases sociales, incluidas las que hasta ahora votaban al PSOE y se encuentran huérfanas y noqueadas.
Dinamizar una nueva izquierda política
Necesitamos dinamizar una nueva izquierda política que haga girar las cabezas noqueadas y dejen de mirar al pasado con añoranza para mirar el futuro con esperanza. Pero no podemos mentir, la realidad envuelta en papel de celofán brillante, lista para consumir y pagar en cómodas letras no volverá. El proyecto de una izquierda diversa y plural tiene que interiorizar los límites planetarios, romper con el capitalismo como marco de negociación y plantear un proyecto de democracia radical que reconozca la existencia de comunidades políticas, identidades culturales y desigualdades históricas como punto de partida para elaborar un programa de transformación económica e institucional que consolide constitucionalmente, en el marco de una nueva Unión Europea de las personas y los Pueblos, la libertad, la igualdad y la solidaridad sin concesiones al capital y al mundo de las finanzas.
La unidad de la izquierda
La unidad de la izquierda en la que pensamos es una unidad estratégica de fondo. Su esencia no es la suma de siglas pero necesita el apoyo de las siglas (véase Syriza en Grecia). Y necesita, de manera imperiosa, del apoyo de los sindicatos mayoritarios, representativos y de clase, así como necesita la complicidad de las formas menos organizadas de lucha, pero que en no pocas ocasiones se han puesto a la vanguardia de la resistencia, plataformas, mareas e indignación, todo cuenta para la unidad. Y por último, pero no menos importante, ninguna mochila emocional cargada de revanchismo puede inhibir este proceso. Hemos de reconocer, y sobre todo aquí en Andalucía, el apoyo por la vía de hecho (electoral) que el Pueblo andaluz hace a IU como fuerza hegemónica imprescindible para la construcción de un frente antineoliberal que plante cara a la derecha.
De otro lado, no podemos ignorar la plurinacionalidad real del Estado español. La alianza de las clases populares pasa por la alianza entre los Pueblos de izquierdas de las distintas realidades autonómicas y nacionales del Estado. Entendemos que las siglas que aspiren a representar en sus territorios los valores de la izquierda y plantear una salida política a la crisis sistémica, en el marco de sus respectivas identidades culturales y políticas pagarán a medio plazo quedar fuera de esta alianza si, calculadora en mano, andan contando crecimientos que les otorguen más representación en los distintos parlamentos por sus propios medios o en alianzas tácticas articuladas sobre parámetros del pasado.
En resumen, cuando hablamos de unidad hablamos de una alianza estratégica entre quienes sufren la crisis, quienes representan y han representado a las izquierdas, feministas, verdes, republicanas y federales y el sindicalismo de clase en todas sus variantes.
@marioortega