martes, 16 de junio de 2020

Cuidar o descuidar, esa es la cuestión


El 16 de marzo, recién decretado el estado de alarma, comenzaba con Virus e ideología, una cuestión de vida o muerte una serie de 18 artículos que termina con éste a modo de conclusiones abiertas.

Virus viene del latín, significa veneno. El veneno es un vial hacia la muerte. Cuidar viene del latín cogitare, significa pensar. El virus parece haber despertado el sueño de la razón para pensar los cuidados. Los cuidados son vida.

Hemos aprendido durante el confinamiento, porque así lo demuestra la ciencia, que si no cuidamos el planeta, si destruimos las condiciones de posibilidad sobre las que los ecosistemas han constituido su fortaleza resiliente durante millones de años, la probabilidad de emergencias sanitarias por saltos interespecies de agentes virales se multiplica exponencialmente. El actual modelo productivo construye muros para el hambre al tiempo que destruye las barreras naturales que protegen la vida de la intemperie. La humana podría ser una especie más de las que desaparecen a diario por causa de la transgresión de los límites biofísicos dentro de los cuales ocurren los ciclos de la vida.

Hemos aprendido que las catástrofes sanitarias pueden tener simultaneidad planetaria dada la velocidad e intensidad de los desplazamientos globales de la especie humana. Debemos certificar que en la naturaleza de toda catástrofe emergente está la incógnita del cuándo. Contra la incertidumbre solo puede luchar el principio ecologista de precaución. La pre-caución es el cuidado antes del los cuidados, una especie de seguro de vida.

Tendríamos por tanto que utilizar la analogía con la pandemia que vivimos para hacer caso a la ciencia que ha constatado el calentamiento global y su avance implacable, advirtiendo de las consecuencias del cambio climático y los efectos de ruptura sobre los equilibrios ecosistémicos y los procesos socieoeconómicos. El peligro es de muerte a una escala planetaria tal que dejaría por comparación los efectos de la pandemia vírica en una minucia.

La pandemia de la covid-19 será un mal trago, al lado de los virulentos fenómenos meteorológicos y la destrucción de la productividad alimentaria generalizada que afectaría simultáneamente a la población y la economía mundial. No existirán UCIs individuales ni lugares refugio comunes para protegernos de lo que se avecina si no se actúa ya de manera contundente. No hay vida extraterritorial para la especie humana, solo cabe, como la emergencia sanitaria ha demostrado, la intervención urgentísima de los estados para frenar y reducir la concentración de CO2 atmosférica. La línea divisoria entre lo reversible y lo irreversible está, según los mejores estudios científicos en 450 ppm de dióxido de carbono en el aire, estamos ahora en el entorno de 415 ppm.

Hemos aprendido de repente que el progreso civilizatorio siempre está en combate con el retroceso hacia el estado de barbarie. Palmas o cacerolazos. Política o antipolítica. Búsqueda de la verdad o enaltecimiento de las fake news. Duda o intolerancia. Cuidar, cuidarnos, o descuidarnos. Pensar o ignorar. Vida o virus. Democracia o barbarie. Precaución o incertidumbre.

El virus de la covid-19 es la firma en el certificado de que la crisis económica global, arrastrada desde el crack de 2008, es producto de la ruptura de los vínculos con la naturaleza y la destrucción, debilitamiento en el mejor de los casos, del estado social. El capital puso la fábrica en China. La economía especulativa endeudó los estados y arrojó a los fondos buitre los derechos de vivienda, salud, servicios educativos, residencias o dependencia, para que los dejasen en los huesos. Antes, las familias más poderosas del mundo occidental, las más ricas, habían preparado minuciosamente el asalto a los bienes comunes, naturales o servicios públicos, extirpando de los estados la política monetaria, la banca pública, el control sobre sectores estratégicos como la energía, el agua o las comunicaciones. El virus ha hecho visibles las consecuencias asesinas de la destrucción neoliberal del estado.

El proceso de desmantelamiento del estado social en España gozó de capataces políticos de la categoría de Felipe González o José María Aznar. Hoy convertidos en sombras esperpénticas de lo que fueron. Su rabia por el desvelamiento vírico de la verdad de su legado deja al descubierto su condición subalterna de esclavistas sin escrúpulos. La gran lección de la tragedia es que ante lo inesperado no cabe salvación individual. Quienes se han dedicado a la amenaza, el ruido, el odio y la discordia han sido derrotados.

Hay que resaltar que la derrota del lenguaje y la acción destructiva contra el gobierno de coalición ha llegado de manos de la política democrática. El gobierno de coalición ha reaccionado con rapidez negociando, no sin dificultades, con una multiplicidad de actores e intereses de carácter sanitario, político, social y económico. Ha hecho política a velocidad de vértigo, al tiempo que enfrentaba la crisis sanitaria en un ambiente mundial agresivo para la adquisición del material sanitario del que todos los estados carecía. Ha logrado acuerdos notorios con agentes sociales y empresariado de intereses contrapuestos, apoyos de opciones políticas enfrentadas entre sí y connivencias negociadoras en Europa con gobiernos de países no necesariamente de carácter progresista. Como prueba definitiva está la aprobación del Ingreso Mínimo Vital sin votos en contra de los 350 del hemiciclo (297 Sí, 52 abstenciones). En realidad el gobierno ha hecho una demostración de acción política democrática como hacía años no veíamos. Lo ha hecho además en contextos mediáticos muy agresivos y con menos de cien días de vida.

Cumpliendo de manera generalizada las restricciones impuestas durante el estado de alarma nos hemos cuidado mutuamente. El personal sanitario nos ha cuidado en condiciones extremas. Otros cientos de miles de profesionales nos han cuidado trabajando en sectores imprescindibles o esenciales, desde la alimentación, las comunicaciones, el transporte, la seguridad, el agua o la energía para mantener las constantes vitales de la sociedad. La juventud ha tenido desde el principio un comportamiento ejemplar, ha vivido el confinamiento como una obligación para cuidar a los otros cuidándose a sí misma. Si las consignas de rebelión lanzadas por la ultraderecha hubiesen calado en la población juvenil no habría habido fuerzas de seguridad del estado capaces de controlar el incumplimiento. Ha habido una alianza de cuidados intergeneracional, consiguientemente hay un sustrato social capaz de pensar y empujar un futuro de los cuidados.

El feminismo y el ecologismo nos proponen poner la vida en el centro. Cuidarnos como sociedad con la economía de los cuidados y cuidarnos como especie cuidando el planeta con la economía ecológica. El federalismo nos propone la cooperación y el pacto democrático entre identidades culturales, políticas o territoriales; la distribución normativa de las soberanías bajo el principio de la justicia social y la igualdad. Feminismo, ecologismo y federalismo tienen una sinergia alumbrada con la vieja luz de la fraternidad.