sábado, 8 de mayo de 2021

Joe Biden contra Pedro Sánchez


Las elecciones en Madrid las ha ganado el conglomerado mediático empresarial de la derecha cuya estructura de propiedad está en manos de grandes intereses relacionados con los sectores inmobiliario, turístico, de la construcción y con las autorizaciones, concesiones, contratos y conciertos públicos relacionados con las infraestructuras y los servicios públicos. Ese conglomerado mediático al que no quería asustar el PSOE con Gabilondo al frente de Madrid tenía una candidata estrella, Isabel Díaz Ayuso, una candidata imprescindible Rocío Monasterio y un candidato prescindible Edmundo Bal.

Ante ese conglomerado el PSOE en el gobierno de España, quién sabe si condicionado por sus viejos vínculos, no tenía intención de ganar las elecciones. No le presumo torpeza sino intencionalidad. Las primeras intervenciones de su candidato sorprendieron por su claridad. Si yo gano, venía a decir Gabilondo, prescindiré del único vector de cambio de la izquierda y no tocaré nada que perturbe los intereses defendidos por el conglomerado mediático. O sea, una vez más, erre que erre, con Ciudadanos sí.

En ese escenario mediático, el mundo digital de líneas editoriales progresistas o de izquierdas, tal vez también por sus ataduras históricas con el PSOE, hizo un tratamiento acrítico a ese Ángel Gabilondo de precampaña. Mucha tibieza y poca contraofensiva ante la demonización de Pablo Iglesias, esperando un comodín, PSOE bis, llamado Más Madrid. Dicho esto salvando un puñado de plumas excepcionales.

Es un tópico en la izquierda echar la culpa a los medios de comunicación de sus límites electorales. Un tópico que no por ser tópico es menos cierto. La única manera de darle la vuelta a Madrid era con un PSOE tan decidido a dársela como Pablo Iglesias. Para ello Pedro Sánchez, a dos meses de las elecciones debía haber avanzado en el cumplimiento del acuerdo de coalición en cuestiones esenciales para las mayorías sociales. Durante toda la pandemia Sánchez ha circulado con el freno de mano puesto para intentar mantener viva a Ciudadanos y limitar el peso de su socio de gobierno.

El freno de mano ha tenido que ver con la débil aplicación del IMV, con la reiterada insistencia en no querer, ni siquiera, cumplir los últimos acuerdos del Pacto de Toledo en materia de pensiones, responsabilidades del ministro Escribá. El freno de mano ha tenido que ver con la inoperancia de los ministros de justicia e interior para liquidar de una vez por todas la ley mordaza, avanzar en la redefinición de los delitos de sedición y rebelión, en los indultos o en la amnistía a los presos políticos catalanes, y en la democratización de la justicia y los cuerpos y fuerzas de seguridad del estad. El freno de mano ha tenido que ver con el bloqueo que Carmen Calvo ha ejecutado antes los avances legislativos en materia de derechos de las mujeres o de las personas transexuales, simplemente por que hay un sector feminista allegado al PSOE que no consiente la pérdida de hegemonía ante el empuje de un nuevo feminismo vinculado a lo social.

El freno de mano tiene que ver con las instrucciones que tiene el ministro Ábalos para no cumplir el acuerdo de gobierno de coalición en materia de regulación del precio de los alquileres en zonas tensionadas y de prohibir los desahucios sin alternativa habitacional. El freno de mano tiene que ver con la escasa reforma fiscal para que paguen más las rentas altas y las rentas del capital que las rentas del trabajo, a la que se opone la ministra Montero. El freno de mano tiene que ver con la oposición de la ministra Calviño a una nueva subida del SMI, un salario que anda todavía escaso para evitar la existencia de trabajadoras pobres.

Las fuerzas de gobierno en España podían haber llegado a las elecciones madrileñas mostrando logros concretos para la mayoría de la población. En lugar de eso se ha llegado con Unidas Podemos intentando cumplir lo acordado y el PSOE tirando del freno de mano para evitarlo. Erre que erre todo el rato.

Mientras la derecha ultra ha quitado del escenario los muertos con los que intentaba derrocar al gobierno durante los peores momentos de la pandemia, y ha servido alegres cañas a troche y moche, el PSOE ha ido a las elecciones sin nada que ofrecer más que ser tapón de la fuerza de cambio que representa Unidas Podemos. Con ello ha dado credibilidad a la infame demonización de Pablo Iglesias ejecutada por el conglomerado de medios al que me refería al principio que, junto con el efecto sumidero del voto progresista arrastrado por la caída del PSOE ha debilitado a la izquierda madrileña y, quien sabe, estatal.

Hay un instrumental para evitar que esto ocurra fuera de las fronteras madrileñas. Si el sanchismo busca ser  un nuevo felipismo, en este momento histórico un imposible, arrastrará al partido socialista al mismo lugar en el que se encuentran el francés, el griego o el italiano, el lugar de la marginalidad. Cumplir el acuerdo de gobierno de coalición cuanto más rápido mejor y dedicarse a gestionar con justicia, equidad territorial, feminismo y ecología los fondos de resiliencia europeos para la transformación del modelo productivo es el imperativo categórico del del gobierno. Sin eso, sin coherencia, el electorado del PSOE quedará desengañado, y el resto por la izquierda desganado, y preferirá que le pongan cañas sobre la mesa a falta de justicia y derechos mientras se olvida la pandemia.

Si Pedro Sánchez espera a que Joe Biden pase por la izquierda la acción del gobierno de coalición, como está pasando, el PSOE, será, una vez más, el gran culpable de que en España se viva una débil democracia en riesgo siempre de involución. Mientras Joe Biden hace suyas las tesis socialistas de Bernie Sanders para hacer frente al trumpismo interno, Pedro Sánchez dirige el gobierno sin convicción progresista.