miércoles, 5 de mayo de 2021

La tarea heroica de Pablo Iglesias


"Que otros se jacten de lo que han escrito, yo me jacto de lo que me ha sido dado leer". Si esta frase la dijo ese genio de la literatura que fue Jorge Luis Borges, las y los mortales demócratas, tenemos la obligación de jactarnos de admirar la figura política de Pablo Iglesias.

Yo, que por edad y circunstancias tengo uso de razón política desde poco antes de la muerte del dictador Franco, me jacto de haber vivido para admirar en tiempo real la talla de un personaje irrepetible. Uno de esos que, parafraseando a Federico García Lorca en su famosa elegía, "tardará mucho en nacer, si es que nace, un político tan claro, tan rico de aventura".

El día antes de las votaciones para las elecciones europeas de mayo de 2014 dudaba entre mantener el voto resignado a IU, o votar al run run instalado en el ambiente con el nombre de Podemos. Ese sábado mi viejo padre me dijo ¿sabes a quién voy a votar? No, contesté, ¿a quién? Al mismo que va a votar tu hija, al de la coleta. La alianza intergeneracional entre el abuelo y la nieta fue un destello de luz.

El héroe, o la heroína, no es más que aquel capaz de convocar a la asamblea de los héroes y heroínas civiles. Una asamblea compuesta por gente que no se resigna a ser cómplice activo o pasivo de la política de la desigualdad. Desde que Pablo Iglesias puso su cara en una papeleta con el nombre de Podemos, no ha hecho otra cosa que cargar sobre sus espaldas las aspiraciones de justicia y democracia de quienes se resisten a vivir bajo la servidumbre voluntaria.

Héroe es Pablo Iglesias y héroes y heroínas son toda la gente que contra viento y marea, muchas veces al borde del naufragio, o en el mismo naufragio como en estas elecciones madrileñas, ha aguantado el timón frente al oleaje de venenos que sacudía la opinión publicada, ha recosido las velas rotas por vendavales de noticias falsas y ha tapado botanas producidas por las envestidas de los montajes policiales y judiciales para hundir la nave de la democracia.

No es difícil para la asamblea de héroes y heroínas que han venido votando a Pablo Iglesias y que en Madrid han vuelto a votar su candidatura, compadecerse ante su humanidad asediada. El héroe, desde que demostró que sí se puede, ha venido padeciendo el acoso personal y familiar, las acusaciones falsas, la persecución de sus hijos, su pareja y sus padres, el cerco facineroso infame a su residencia familiar, las amenazas de muerte y la descalificación atroz. El héroe, Pablo Iglesias, como los héroes y heroínas de la mitología, vive en acción y en permanente juego de agón. No hay día, no hay proceso o acción en la que no se juegue el cuerpo y el alma.

No ver lo que se ha conseguido en España gracias a la talla política de Pablo Iglesias en materia de derechos, podría enumerar una retahíla pero basta mencionar la importantísima subida del SMI, el incipiente IMV o la ley de eutanasia, no ver que ha sido Pablo Iglesias quien con su acción dentro del gobierno ha marcado la dirección política del mismo en plena pandemia, salvándolo en más de una ocasión del acoso de la ultraderecha y de las tendencias internas para intentar afrontar la crisis sanitaria con recetas neoliberales fracasadas, es, o ceguera, o vivir en estado de soberbia personal, o tener intereses de parte mezquinos incompatibles con el interés común.

No reconocer que sin Pablo Iglesias, Pedro Sánchez hubiese pasado por la política sin pena ni gloria y el PSOE hace tiempo que habría caído en el abismo de la decadencia como los partidos socialista francés, griego, italiano o, incluso, alemán, es parecerse más a un tertuliano sicario del gran dinero que a un observador político independiente.

Pablo Iglesias echó a Rajoy, y con ello al PP corrupto de la Gürtel y los martillazos en los ordenadores de Génova, del gobierno de España, en una moción de censura en la que ni Pedro Sánchez creía. Pablo Iglesias aguantó las envestidas tras las elecciones generales de abril de 2019, llegó a salirse voluntariamente de la ecuación para no entrar personalmente en el gobierno de coalición, hasta que con Vox ya cabalgando en el Congreso tras la repetición electoral de noviembre de 2019, Pedro Sánchez no tuvo más remedio que admitir que o con Unidas Podemos o con el PP.

Pablo Iglesias preparó una mayoría aplastante para aprobar los PGE de 2021 sin la concurrencia neoliberal de un Ciudadanos que se había fotografiado con los dóberman en la Plaza de Colón, una mayoría mucho mayor que la mayoría que permitió investir a Sánchez.

Pablo Iglesias, tras el fracaso de la mamarrachada preparada por Moncloa en Murcia con la intención de dar aire a Ciudadanos y debilitar a Unidas Podemos, en un momento en que se ve la luz al final del túnel de la pandemia, percibió el riesgo de que Madrid, convocadas las elecciones por Díaz Ayuso, cayera en manos del trumpismo hispano y se convierta en una bola de hierro atada al tobillo del gobierno de España. Esa percepción real, analizada por el héroe, lo llevó a prescindir de su estatus de vicepresidente y a dar la batalla de Madrid, una vez más por lo común, porque nos va la vida democrática en ello.

Esa acción heroica ha devenido trágica para la democracia. A las gentes demócratas de bien no nos queda más que darle las gracias a él, a todas aquellas personas que lo han apoyado de cerca y a todos esos votos madrileños, tan heroicos como el personaje que los defendía. Gracias Pablo, nada terminó ayer.