Si nuestra ciudad fuera como un bosque, ríos y acequias juguetearían a la vista, y tendríamos riberas, paseos con olmos, castaños y alamedas. En el bosque, las aceras serían amplias y llenas de banquitos a la sombra, las paradas de autobús no quemarían, como quema la chapa metálica de sus asientos. Sería raro ver un coche o una moto, porque el bosque invita al paseo y al encuentro. El ruido no existiría y solo conoceríamos el rumor de la vida en el bosque.
Si nuestra ciudad fuera como un bosque, los desechos serían mínimos y reciclables. Si nuestra ciudad fuera como un bosque, sus pavimentos serían porosos y no recolectarían el calor del verano, ni el frío del invierno. Si nuestra ciudad fuera como un bosque, la recorrerían tranvías y bicicletas. Si nuestra ciudad fuera como un bosque estarían prohibidas las altísimas torres de hormigón y cristal. Si nuestra ciudad fuera como un bosque no nos importaría mancharnos de vez en cuando los zapatos, ni que los niños jugaran con la tierra. No nos molestaría el piar de los pájaros ni el pulular de la vida en los arriates.
Si nuestra ciudad fuera como un bosque el arte inundaría sus rincones. El aire estaría oxigenado y limpio. Si nuestra ciudad fuera como un bosque, las constructoras y los arquitectos serían amigos de todos y no solo de alcaldes y concejales de urbanismo. Si nuestra ciudad fuera como un bosque habría muchas gentes que entienden que el debate está donde están las necesidades de las personas, y no donde están las ilusiones ópticas de la codicia.
Pero, nuestra ciudad se convierte en escombro de arboleda. Sus calles son cauces grises sin orillas, sus plazas techos de piedra que despiden el calor de los motores que alberga la oquedad oscura de aparcamientos subterráneos.
Presiente, siempre, la ciudad, nuevas agresiones infames... Y se cumplen.
Publicado en La Voz del Sur el domingo 15 de agosto de 2021