viernes, 17 de diciembre de 2021

Andalucía abrirá el próximo ciclo electoral


No sabemos cuándo el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, convocará elecciones en Andalucía. Serán en 2022. Su intención era agotar la legislatura con un pacto presupuestario con el actual PSOE andaluz, el mismo de antes con ligeros arreglos de encaje.

A Bonilla y Espadas les convenía el pacto. Más al primero al reforzar su construida imagen de moderado, menos al segundo que solo ganaba tiempo para hacerse ver. Pedro Sánchez también estaba interesado. El pacto presupuestario andaluz PP/PSOE situaba a Pablo Casado como un personaje con pies de barro entre Ayuso y el tándem Feijó/Bonilla. Ese temido efecto provocó la filtración desde Génova, en la que el vicepresidente Andaluz, Juan Marín, decía a su grupo parlamentario de Ciudadanos en las Cinco Llagas, que era una tontería aprobar unos presupuestos en año electoral. La filtración reventó la negociación PP/PSOE-A que se estaba produciendo con sigilo en tiempo real.

Si Andalucía fuese un país de la UE-26 sería por tamaño poblacional el número 16, con una población ligeramente inferior a la de Austria y una superficie ligeramente superior. En España es la comunidad con más población y la que más congresistas aporta a las Cortes Generales, 61. Bastantes más que Cataluña, 48, o Madrid, 37, casi el doble que la Comunidad Valenciana, 32 o Castilla y León, 31, casi el triple que Galicia, 23, o Castilla la Mancha, 21, más del triple que el País Vasco, 18 y cuatro veces más que Canarias, 15.

Para la política andaluza, también para la de estado, la potencia andaluza no sirve de nada si no hay verdadera voluntad de poder. En la actualidad Andalucía está tomada por la derecha y la ultraderecha, haciéndose eco de los mensajes que la caverna lanza desde Madrid. El poder institucional andaluz, el gobierno de Moreno y Marín, construido con el apoyo de Vox, no actúa en defensa de los intereses de las y los andaluces, sean currantes, agricultores, autónomos o empresariado con intereses enraizados en el territorio.

Las clases populares, las clases medias andaluzas, sufren desde la irrupción de la crisis de 2008 una sangría de jóvenes profesionales altamente cualificados. Se fueron y se van dejando una fractura emocional, un inmenso dolor de corazón. Como en los sesenta. Baste el ejemplo de la emigración andaluza reincidente para demostrar la desigualdad territorial por causas estructurales. Añadamos la grave situación de la sanidad, la educación, y resto de servicios públicos, desde la dependencia hasta la protección forestal. Sumemos la línea histórica de la desindustrialización de Andalucía desde el siglo XX hasta la actualidad. Una tierra del tamaño de Austria con los mayores índices de desempleo, pobreza y precariedad de toda la UE.

El próximo ciclo electoral comenzará en Andalucía. Lo que ocurra determinará los debates y la acción política de estado. Es sencillamente una cuestión de números. Si el pueblo andaluz no pelea por sí, si la derecha gana con Vox determinando la acción de gobierno desde dentro o desde fuera, el peso de Andalucía se dirigirá contra el bloque de progreso en el estado para frenar la necesidad de un avance progresista federal.

Es preciso por tanto, con urgencia, construir en Andalucía un bloque histórico de progreso que de voz y busque representar con amplitud los intereses del pueblo andaluz en el marco de la reconfiguración de fuerzas mundial, de la crisis ecológica, de la crisis de límites del capitalismo global y de la crisis territorial en el estado español. Un proyecto común sobre el eje del progreso y la izquierda es factible basado en el feminismo, el ecologismo, el socialismo y el federalismo.

Consiguientemente, la cuestión de la unidad en Andalucía para articular un frente amplio no es ni la inexistencia de las condiciones políticas ambientales y estructurales para ello, ni la posibilidad de construir un programa común. Adelante Andalucía fue eso, una construcción unitaria con potencial de ampliación civil y popular. La dificultad para la unidad proviene más de la definición estratégica y de la lealtad a un proyecto común de estado. Sin voluntad de poder y sin voluntad de sostener lealmente un proyecto político de largo plazo para Andalucía y España, la unidad es inútil. Tras el proceso electoral volvería la diáspora por intereses legítimos o espurios.

Que Unidas Podemos esté en el gobierno de España se debe al éxito de una estrategia basada en la voluntad de poder. Ganó democráticamente la voluntad de poder contra propuestas que mantenían dejar pasar al PSOE en solitario, incluso con Ciudadanos, en tanto no se fuese fuerza mayoritaria. La voluntad de poder también ganó siempre en Andalucía. Lo hizo de forma aplastante en noviembre de 2019 en una consulta interna de Podemos que superó el sí del 96% de personas inscritas.

La ausencia de voluntad de poder, al negar en campaña el acuerdo con el PSOE de Susana Díaz, impidió mejores resultados de Adelante Andalucía, bloqueando la transferencia de voto progresista desde el PSOE-A a lo que podía haber sido el primer e incipiente frente amplio del estado, Adelante Andalucía, en las últimas elecciones andaluzas de diciembre de 2019. 400.000 votos se quedaron en casa.

La utilidad de estar presente en los gobiernos de progreso, dos años después de la constitución del primer gobierno progresista de izquierdas desde la segunda república, es indudable. La retahíla de logros es ya muy larga, el próximo la derogación de la reforma laboral de Rajoy antes de que finalice el año. Negarlo en plena gestión de la pandemia, en medio de una crisis global, es ignorar adrede la realidad. Con pactos con el PSOE sin entrar a compartir gobiernos los avances son imposibles, como lo demuestran las líneas de tensión cuando los ministerios de Sánchez se han resisten a cumplir el pacto de gobierno de coalición.

Hay además una utilidad visible de mayor calado político, uno de los frutos de ese gobierno de coalición es la revelación de un liderazgo con intensa capacidad de gestión como el de Yolanda Díaz. No es asunto menor.

Por consiguiente, unidad sí, frente amplio andaluz sí, la unidad es un valor en sí misma. Pero la existencia de valor no garantiza la utilidad ni la continuidad de un proyecto. La auténtica alianza estratégica es la que se produce en torno a los intereses de las mayorías, de los grupos de la sociedad civil y sindicatos y de los campos ideológicos con más fuerza y potencia de futuro, el feminismo y el ecologismo. Si eso se suma con un proyecto federal en el estado, entonces la potencia de Andalucía podrá ser lo que otrora fue, voluntad real de poder.

Querer gobernar de verdad, querer construir una voluntad de poder andaluz de largo aliento, engarzar con lealtad la potencia andaluza a un proyecto de estado, a un bloque histórico de dirección de estado, parecen las claves para que la unidad tenga valor futuro y utilidad presente.

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Aliento para la voluntad de poder andaluz


Los poderes dibujan la geopolítica trazando redes de transporte de mercancías y energía, zonas extractivas, espacios de dominio de mercado, regiones industriales, territorios al servicio de capitales especulativos y lugares colonia, cuya población y medio natural no cuenta si no es para explotar o expoliar.

El cambio climático, la pandemia, la certeza de la escasez de combustibles y materias primas son nítidamente visibles. La crisis ecológica es la madre de todas las crisis: calentamiento global, pérdida de biodiversidad y límites planetarios. El neoliberalismo y su salida a la crisis financiera de 2008 han chocado con los límites de la economía real, con la deslocalización de la producción en China y con la ansiedad vital de buena parte de las clases medias estadounidense y europea.

Las potencias mundiales reajustan lo mapas. El capital productivo europeo y mundial, también parte del financiero, necesita estados con amplias capas de población seguras de su futuro, lo que hace imprescindibles las organizaciones civiles, los sindicatos y las organizaciones empresariales para defender intereses territorializados. Ese capital tiene un problema crítico ideológico ante el crecimiento de ultranacionalismos antidemocráticos que abrazan adaptaciones patrias del trumpismo.

En las regiones de Europa la línea divisoria entre bienestar y explotación, entre seguridad vital e inseguridad, entre calidad de los servicios públicos y sálvese quien pueda, entre derechos o retrocesos, en definitiva entre democracia e involución totalitaria, la marca la fuerza electoral de la ultraderecha. El riesgo para Andalucía es Vox, donde irrumpió en España a través de la puerta de la alianza de la entonces presidenta Susana Díaz con la consigna monárquica del “a por ellos”.

No sabemos cuándo serán las elecciones andaluzas; el año entrante. Las encuestas que luce el Gobierno andaluz dicen que el PP gana, que Vox condicionará el Gobierno de Juan Manuel Moreno Bonilla más que lo ha hecho hasta ahora. Puede obtener un resultado suficiente para que el PP tenga que compartir Gobierno. Tras Polonia, Hungría, Austria, antes Italia con la Liga, Andalucía sería la siguiente en tener a la ultraderecha en el gobierno. No es asunto menor. El tamaño poblacional de Andalucía la sitúa en el puesto número quince de la UE de los 26, sin Reino Unido, con una población similar a la de Austria.

El agravante en el contexto actual es que Andalucía está ayuna de iniciativa política, muy dependiente de las políticas de estado de los partidos de Estado. A pesar de tener una identidad cultural de alto calibre, carece de proyecto político propio que presente una alternativa de progreso, un plan de futuro que nazca de la tierra. Ni el continuismo del viejo (y no renovado) PSOE-A, controlado ya por Pedro Sánchez, ni el conservadurismo agravado del PP andaluz, cuyas residencias están entre la del gobierno de la Comunidad de Madrid y el centralismo de la Calle Génova, tienen proyecto andaluz.

El presidente, Juan Manuel Moreno Bonilla, se muestra reacio a acelerar la convocatoria electoral a pesar de no tener presupuestos para 2022. El tiempo juega en su contra si fragua un proyecto andaluz de progreso potente. La sanidad se deteriora día a día, el daño ha saltado a la atención primaria con listas de espera de más de 15 días, la educación pública sufre recortes inhumanos, no hay política agraria, ni industrial, ni de empleo, ni de ningún tipo. Juana Manuel Moreno y Juan Marín surfean sobre la propaganda, con la insana esperanza de que la construcción se reapodere de Andalucía y, junto con el turismo, alimente con gotero un cuerpo económico andaluz comatoso.

El pueblo andaluz, destruida por parte de parte de sus creadores, lo que en la práctica era el primer frente amplio y ampliable de estado español, Adelante Andalucía, no puede permitirse un minuto de descanso. Es preciso activar la voluntad de poder andaluz, la voluntad real de gobernar, la voluntad de influir en las políticas de estado para hacer frente desde la territorialidad a los problemas estructurales sangrantes de Andalucía.

El próximo ciclo electoral comenzará en Andalucía y, como en el anterior, la fuerza electoral de cada espacio determinará la capacidad de avance progresista ante los grandes retos de país. La cuestión territorial será la pieza clave diferencial que delimitará la línea divisoria entre opciones de progreso democrático, freno o involución. Si Andalucía por interés propio no suma a un proyecto de Estado progresista, feminista y ecologista, restará, lanzada como ariete contra la única España justa posible, la España federal.

sábado, 4 de diciembre de 2021

4D, memoria y futuro de Andalucía


La derecha española orquesta, con su brazo colonial andaluz y la batuta del presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, que Andalucía –sus gentes, agricultores, autónomos o empresas– esté a la greña con todo quisque menos con el centralismo capitalino radicado en Madrid.

Todos los centralismos son un problema para la democracia, se ejerzan desde donde se ejerzan. El centralismo español además tiene la característica de ser profundamente conservador, su raíz es nacionalcatólica. Defiende los intereses de las grandes empresas, la banca, los fondos de inversión y las multinacionales con sede social extranjera, tanto como los de una clase alta rentista dependiente de que sus prebendas se escriban en el BOE. Un centralismo que lo mismo daña el tejido social de los barrios y pueblos de Madrid como el de los territorios que considera colonias, como Andalucía.

Andalucía es para la actual hegemonía política ultraconservadora patio trasero y lugar de recreo. Una tierra especializada en chachas al estilo de la imagen que el franquismo daba de las mujeres andaluzas, chachas o folclóricas, y camareros que con aire rapero recitan la carta de pescaíto con la alegría de un buen comercial. Una tierra que sirve y a la que se va para que te sirvan.

Las facciones del PP que disputan el poder en España, lideradas por Casado y Ayuso, vinieron hace un par de semanas a Granada con la intención de librar su batalla en territorio andaluz. También Vox, socio del PP y Ciudadanos en materia presupuestaria andaluza ha roto su lealtad para forzar la convocatoria electoral anticipada, en virtud de las expectativas de entrar en el gobierno de la comunidad autónoma de mayor tamaño; su objetivo es preparar en el sur las condiciones para acceder al gobierno de España.

También el PSOE de Pedro Sánchez utiliza Andalucía al empujar a su secretario general, Juan Espadas, a que logre un pacto presupuestario con el gobierno andaluz con el fin de señalar la deriva ultra radical de Pablo Casado.

La situación de Andalucía no es de comedia sureña, es de tragedia antigua. Andalucía no suma en la actualidad, como debería por su peso cultural, político, territorial, poblacional y electoral, con la España progresista que empuja un futuro democrático, plurinacional y federal. Andalucía está tomada por la rojigualda y el “a por ellos”, sean ellos los catalanes, los vascos, los trabajadores sideromelaúrgicos gaditanos, los de Unicaja, el personal sanitario despedido o el docente despreciado.

El neoliberalismo tienen la necesidad de concentrar el poder en pocos puntos para reducir el número de actores a manipular para la consecución de sus intereses. Intereses que no son otros que la acumulación de capital y bienes sin importar los daños sociales, ambientales, contra las mujeres o la diversidad cultural. Hay un vínculo entre desconcentración y descentralización del poder con la calidad democrática, al igual que lo hay entre centralismo con modelos antidemocráticos o totalitarios.

Andalucía tiene en su geografía una historia cultural milenaria, identidad propia fraguada sobre siglos de vaivenes con distintas hegemonías políticas, culturales y religiosas. El esplendor de Al-Andalus albergó, promovió y exportó el primer renacimiento europeo. Europa vivía la Edad Media, mientras Córdoba primero y Granada después eran capitales intelectuales del mundo. Eso es historia.

El 4 de diciembre de 1977 las y los andaluces pusimos esa identidad cultural, esa historia milenaria, al servicio de las luchas por la democracia, la amnistía de los presos políticos, el pan, el trabajo y la libertad, la sanidad universal y la educación pública y gratuita, sin olvidar la necesidad de frenar la sangría emocional que suponía tener a más de dos millones de emigrantes repartidos por el mundo, casi un millón en Cataluña.

El 4 de diciembre el pueblo andaluz se constituyó en las calles de las capitales andaluzas y de Barcelona, Madrid y Bilbao, como pueblo político. Eso es historia. Así se forzó la redacción del artículo 151 de la CE mediante el cual, en condiciones procedimentales leoninas (se requería el sí de más del 50% del censo de cada circunscripción electoral, no del electorado votante) accede a la consideración constitucional de nacionalidad histórica como Galicia, País Vasco y Cataluña, en el referéndum del 28 de febrero de 1980. Eso es memoria.

No hay futuro sin memoria. Recordar es decir porque fuimos somos y porque somos seremos. Si el centralismo está vinculado al retroceso en Andalucía, a situarnos en posición subalterna como territorio de expolio de derechos laborales, destrucción medioambiental, desigualdad, desindustrialización y pobreza; el federalismo y la plurinacionalidad son los instrumentos más potentes que, como demuestra nuestra historia, pueden hacer que las y los andaluces seamos dueños de nuestro futuro.

La Andalucía que trabaja por sí y por la humanidad tiene la obligación política de defender sus intereses territoriales, los de la población que aquí vive, y los de las empresas y autónomos que honestamente desarrollan su negocio aquí. El pueblo andaluz debe volver a ser, como lo fue en la transición, vanguardia de progreso y no territorio para echar a pelear contra los legítimos intereses de otros pueblos del estado.