sábado, 4 de diciembre de 2021

4D, memoria y futuro de Andalucía


La derecha española orquesta, con su brazo colonial andaluz y la batuta del presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, que Andalucía –sus gentes, agricultores, autónomos o empresas– esté a la greña con todo quisque menos con el centralismo capitalino radicado en Madrid.

Todos los centralismos son un problema para la democracia, se ejerzan desde donde se ejerzan. El centralismo español además tiene la característica de ser profundamente conservador, su raíz es nacionalcatólica. Defiende los intereses de las grandes empresas, la banca, los fondos de inversión y las multinacionales con sede social extranjera, tanto como los de una clase alta rentista dependiente de que sus prebendas se escriban en el BOE. Un centralismo que lo mismo daña el tejido social de los barrios y pueblos de Madrid como el de los territorios que considera colonias, como Andalucía.

Andalucía es para la actual hegemonía política ultraconservadora patio trasero y lugar de recreo. Una tierra especializada en chachas al estilo de la imagen que el franquismo daba de las mujeres andaluzas, chachas o folclóricas, y camareros que con aire rapero recitan la carta de pescaíto con la alegría de un buen comercial. Una tierra que sirve y a la que se va para que te sirvan.

Las facciones del PP que disputan el poder en España, lideradas por Casado y Ayuso, vinieron hace un par de semanas a Granada con la intención de librar su batalla en territorio andaluz. También Vox, socio del PP y Ciudadanos en materia presupuestaria andaluza ha roto su lealtad para forzar la convocatoria electoral anticipada, en virtud de las expectativas de entrar en el gobierno de la comunidad autónoma de mayor tamaño; su objetivo es preparar en el sur las condiciones para acceder al gobierno de España.

También el PSOE de Pedro Sánchez utiliza Andalucía al empujar a su secretario general, Juan Espadas, a que logre un pacto presupuestario con el gobierno andaluz con el fin de señalar la deriva ultra radical de Pablo Casado.

La situación de Andalucía no es de comedia sureña, es de tragedia antigua. Andalucía no suma en la actualidad, como debería por su peso cultural, político, territorial, poblacional y electoral, con la España progresista que empuja un futuro democrático, plurinacional y federal. Andalucía está tomada por la rojigualda y el “a por ellos”, sean ellos los catalanes, los vascos, los trabajadores sideromelaúrgicos gaditanos, los de Unicaja, el personal sanitario despedido o el docente despreciado.

El neoliberalismo tienen la necesidad de concentrar el poder en pocos puntos para reducir el número de actores a manipular para la consecución de sus intereses. Intereses que no son otros que la acumulación de capital y bienes sin importar los daños sociales, ambientales, contra las mujeres o la diversidad cultural. Hay un vínculo entre desconcentración y descentralización del poder con la calidad democrática, al igual que lo hay entre centralismo con modelos antidemocráticos o totalitarios.

Andalucía tiene en su geografía una historia cultural milenaria, identidad propia fraguada sobre siglos de vaivenes con distintas hegemonías políticas, culturales y religiosas. El esplendor de Al-Andalus albergó, promovió y exportó el primer renacimiento europeo. Europa vivía la Edad Media, mientras Córdoba primero y Granada después eran capitales intelectuales del mundo. Eso es historia.

El 4 de diciembre de 1977 las y los andaluces pusimos esa identidad cultural, esa historia milenaria, al servicio de las luchas por la democracia, la amnistía de los presos políticos, el pan, el trabajo y la libertad, la sanidad universal y la educación pública y gratuita, sin olvidar la necesidad de frenar la sangría emocional que suponía tener a más de dos millones de emigrantes repartidos por el mundo, casi un millón en Cataluña.

El 4 de diciembre el pueblo andaluz se constituyó en las calles de las capitales andaluzas y de Barcelona, Madrid y Bilbao, como pueblo político. Eso es historia. Así se forzó la redacción del artículo 151 de la CE mediante el cual, en condiciones procedimentales leoninas (se requería el sí de más del 50% del censo de cada circunscripción electoral, no del electorado votante) accede a la consideración constitucional de nacionalidad histórica como Galicia, País Vasco y Cataluña, en el referéndum del 28 de febrero de 1980. Eso es memoria.

No hay futuro sin memoria. Recordar es decir porque fuimos somos y porque somos seremos. Si el centralismo está vinculado al retroceso en Andalucía, a situarnos en posición subalterna como territorio de expolio de derechos laborales, destrucción medioambiental, desigualdad, desindustrialización y pobreza; el federalismo y la plurinacionalidad son los instrumentos más potentes que, como demuestra nuestra historia, pueden hacer que las y los andaluces seamos dueños de nuestro futuro.

La Andalucía que trabaja por sí y por la humanidad tiene la obligación política de defender sus intereses territoriales, los de la población que aquí vive, y los de las empresas y autónomos que honestamente desarrollan su negocio aquí. El pueblo andaluz debe volver a ser, como lo fue en la transición, vanguardia de progreso y no territorio para echar a pelear contra los legítimos intereses de otros pueblos del estado.