En España el intento de desactivación de la fuerza del feminismo, de momento, está resultando ridículo dada la fuerza con la que el feminismo ha penetrado en los espacios privados y sociales de las mujeres; también en los de los hombres. En el mismo sentido contracultural, contra el feminismo se sitúan las propuestas de la derecha ideológicamente más reaccionaria y nacionalcatólica de apoyar por ley la maternidad para abogar por lo que de modo sibilino llaman “la cultura de la vida”. El enemigo ha entendido a la perfección la fuerza de ese “poner la vida en el centro” y no ha tardado un segundo en buscar la manera de intentar destruir su sentido revolucionario.
El feminismo ha puesto la vida en el centro al reclamar justicia y equidad, y exigir el fin del patriarcado y la violencia estructural que se deriva del modelo cultural/económico en el que los hombres mandan porque sí. El feminismo que ha convocado huelgas, manifestaciones y movilizaciones en los últimos años lleva en su programa político la revolución contra el androcentrismo capitalista, porque además de incorporar la lucha por la paridad en los espacios de representación y la defensa de la ruptura con los roles culturales en el reparto de tareas y trabajo, ataca con sus demandas de justicia y equidad la causa estructural de la violencia machista, un sistema económico que deja para las mujeres los trabajos menos remunerados y que, cuando ocupan puestos más valorados, ellas son peor pagadas que ellos. Un sistema económico que externaliza en las mujeres los costes de las tareas de cuidados y de la reproducción social (infancia, mayores, pacientes, trabajo doméstico) sin las cuales la sociedad colapsaría. Las tareas que fabrican tiempo, las imprescindibles para la vida, son despreciadas.
El sentido profundo de ese “poner la vida en el centro” se constata en que la vida es una lucha contra los efectos degenerativos del tiempo. Una tarea puesta exclusiva y culturalmente en manos de las mujeres para que la sociedad funcione y se reproduzca. Esa tarea no solo no está repartida con equidad, sino que está minusvalorada y marginada a pesar de ser imprescindible.
La virulencia de los ataques contra el feminismo y la intención de desvirtuar el contenido de su programa político tiene que ver con esto. El sistema económico capitalista es un destructor de tiempo. El modelo energético fósil, el expolio de las reservas minerales, la destrucción de los ecosistemas y la biodiversidad aceleran la digestión del tiempo que crea la vida natural al igual que el modelo patriarcal devora el tiempo social que crean las mujeres. Y, como dijimos al principio de esta serie de dos, si la vida es algo, es una fábrica de tiempo, la vida es tiempo. Consiguientemente el capitalismo es un destructor de vida porque es Saturno devorando el tiempo.
Si la función de la vida es vivir, si la aspiración feminista es valorar culturalmente los cuidados y la vida buena en sociedad, la acción diaria del capitalismo patriarcal es matar, sin importar la vida de la naturaleza ni la vida de las personas. He ahí el carácter revolucionario de poner la vida placentera, la vida feliz en el centro de nuestras aspiraciones, y la fuerza política de la conexión entre feminismo y ecologismo.