“Con Rivera no” gritaban a Pedro Sánchez las bases del PSOE la noche electoral del 28 de abril de 2019. Las mismas bases que lo llevaron a la secretaría general de su partido cuando se enfrentó en primarias al felipismo degradado que representaba Susana Díaz. “Lo he escuchado” respondió. Lo había escuchado, pero tenía otros planes. Los planes de gobernar con Ciudadanos los frustró el propio Albert Rivera, al no hacer caso a la banca que invirtió en él para frenar a Podemos. Sánchez forzó la repetición electoral negando a Podemos el pan y la sal. Los resultados de esa repetición, noviembre de 2019, lo obligaron a formar gobierno con Unidas Podemos.
Pedro Sánchez siempre sabe lo que hace. Trabaja para la derecha económica global occidental, decidida, en esta fase neoliberal en la que lo quieren todo todo el tiempo, a sostener la guerra en Ucrania y el genocidio en Palestina, con la misión imposible de frenar a la potencia productiva China y su influencia internacional. El PSOE de Sánchez ejerce, en versión renovada, el papel que la socialdemocracia liberal ha ejercido siempre. Tapón para mantener la capacidad extractiva de las élites capitalistas, dotando de apariencia democrática a sistemas de poder para los que la democracia es un mero artificio. Miremos el trágico esperpento estadounidense de Trump y Biden.
Sánchez ha esperado, el momento de oportunidad, sin previsiones electorales por más de dos años, para regalar al bloque reaccionario formado por la monarquía, PP y Vox, el dominio de toda la alta judicatura española. Sabe lo que hace. Cosas así las hicieron sus antecesores “socialistas”. Cumple órdenes de la comandancia del capitalismo occidental, como lo hicieron Felipe González y José María Aznar. Así se explica el giro con el Sahara, la posición pro-belicista ante la invasión rusa de Ucrania, la desidia con el genocidio en Palestina, la entrega y el comercio de armas a Ucrania e Israel. Sánchez es el PSOE de siempre, el que hacen visible, ya desprovistos de máscaras, González, Guerra y otros viejos barones. Mentir con la mano izquierda y engañar con la derecha.
A pesar del pacto entre el PP y el PSOE para renovar el Consejo General del Poder Judicial, la alta judicatura española está en rebeldía contra al poder legislativo. Alta judicatura en rebeldía es una buena parte del Tribunal Supremo, de la Audiencia Nacional y del órgano de gobierno de los jueces, el CGPJ. Quienes deben dar ejemplo de equidad y justicia en la aplicación de las leyes elaboradas por el poder legislativo electo, lo hacen de todo lo contrario. Su sesgo ideológico conservador, reaccionario, ultracatólico, antifeminista, antiecologista y anticientífico, manda un mensaje imperante a todos los miembros de la carrera judicial, si aplicáis la justicia sin la venda en los ojos y con el ojo derecho, seréis amparados por el staff judicial y el poder económico.
Las togas son, en tiempos de crisis sistémica del capitalismo global, en tiempos en que un puñado de personajes propietarios de toda la economía especulativa occidental han decidido imponer el régimen de guerra para disciplinar a las poblaciones, el ejército chusquero que carga contra la democracia, amparado por la propaganda de grandes medios propiedad de un puñado de familias repugnantemente ricas. Al avituallamiento de ese ejército ha contribuido disciplinadamente Pedro Sánchez, olvidando a la mayoría que lo invistió, a su electorado y a sus propias bases. El presidente salvará sus intereses personales, pero el camino que ha emprendido debilitará a su partido frente al empuje del bloque reaccionario. Es el bloque democrático que lo invistió el que debe construir una estrategia conjunta de salvamento de la democracia al margen del PSOE y su confusa muleta, una estrategia republicana plagada de feminismo, ecosocialismo y plurinacionalidad.