Blas Infante nace en el siglo XIX, lo asesinan los fascista españoles la madrugada del diez al once de agosto de 1936. Siglo XX. Cuando escribo este texto se van a cumplir ochenta y nueve años de la vileza cometida en el km 4 de la Carretera de Carmona. Termina el primer cuarto del siglo XXI. Es momento de recordar la figura y el pensamiento del padre de la patria andaluza, no como añoranza, sí como esperanza. El mundo vive extenuante los efectos infames de la crisis del capitalismo occidental. Lo que de democracia y derechos se ha construido con sacrificio y muerte en Europa y Andalucía está en completo riesgo. Los actuales liderazgos europeos están arrodillados ante el fascismo estadounidense. Las bases del imperio en territorio andaluz cooperan con la muerte en Oriente Medio ayudando al estado terrorista de Israel.
Durante el último cuarto del siglo XX, el Andalucismo de la transición recoge y adapta al contexto histórico el pensamiento de Blas Infante. En 1971 se funda en Mairena del Alcor ASA (Alianza Socialista de Andalucía) por quienes luego liderarían el PSA (Partido Socialista de Andalucía). No olvidamos la relevancia del PSA, y de su líder, Alejandro Rojas Marcos, en el impulso de las grandes movilizaciones del pueblo andaluz el 4 de diciembre de 1977, las cuales consiguieron condicionar las posiciones del resto del espectro político, siendo determinantes para que Andalucía accediese mediante el ejercicio del derecho a decidir, en unas condiciones normativas casi imposibles, a la autonomía plena que iba a ser concedida en la CE del 1978 solo a los pueblos gallego, catalán y vasco.
Estamos cerrando el primer cuarto del siglo XXI. El pueblo andaluz ha mejorado sus condiciones de vida, solo faltaría que hubiésemos empeorado en términos absolutos en el marco de la UE. No obstante, las condiciones estructurales de desigualdad se mantienen en términos relativos. Tenemos una economía colonizada por grandes empresas con domicilio social fuera de Andalucía, dependiente de sectores con poco valor añadido que se mantienen explotando mano de obra precaria e inmigrante, con especial intensidad de desigualdad en los empleos de las mujeres. Una economía destructora de territorio y naturaleza. Una economía a su albur, con los gobiernos español y andaluz que consienten el expolio de lo público y no actúan decididamente contra la emergencia habitacional y la crisis de acceso a la vivienda de una mayoría de la población.
Como pronosticó hace décadas la ecología política, la crisis de límites biofísicos planetarios a la que conduce el modelo de extracción, producción y consumo del capitalismo, solo puede ser abordada desde el polo democrático reduciendo la dependencia de insumos, materias primas y energía, e imitando la capacidad de resiliencia de la vida en la naturaleza, biomimesis. Este abordaje choca directamente con la esencia del capitalismo: la acumulación y concentración indiscriminada de capital en pocas manos a costa del expolio de la vida y los recursos naturales.
Para que esa rueda no vuelque debe girar constantemente alimentada por el tiempo y la vida de los pueblos, el tiempo y la vida de la clase trabajadora, el tiempo y la vida de la inmigración, el tiempo y la vida de la naturaleza y, por último, pero quizá lo más importante por revolucionario en este siglo XXI, el tiempo y la vida de las mujeres. El tiempo y la vida son las categorías que conectan todo tipo de explotación material y cultural al servicio de los dueños del capital. Esa explotación ocurre sobre los territorios que habitan los pueblos culturales, algunos de los cuales han devenido pueblos políticos. Lo más parecido sociológicamente hablando a un ecosistema natural es un pueblo cultural.
La obra de Blas Infante tiene su mayor valor histórico en la creación de las bases para que el pueblo andaluz, de cultura milenaria reconocible universalmente, tomase conciencia de pueblo político. El fascismo lo asesinó tan solo un mes antes de que el estado republicano español fuese a aprobar el primer estatuto de autonomía política de Andalucía, al igual que había aprobado los estatutos gallego, catalán y vasco. El andalucismo de la transición consiguió que el pueblo cultural que somos, consolidase sus instituciones políticas de autogobierno. Ahora están en riesgo debido a que la crisis del capitalismo estadounidense, representado por un neoliberalismo faccioso, necesita liquidar la capacidad de autogobierno de los pueblos y concentrarla en virreinatos que rindan pleitesía arrodillados en sus campos de golf. Un capitalismo genocida como lo demuestra su connivencia con el asesinato por bombas, balas y hambruna del pueblo palestino.
Pensar el andalucismo para el siglo XXI requiere, pensar global y actual local. Requiere pensar las alianzas con otros pueblos del estado, con los pueblos ibéricos, mediterráneos, africanos y latinoamericanos de los que el pueblo andaluz es parte y fruto mestizo. Pensar en la integración del feminismo y el ecofeminismo como ideologías revolucionarias imprescindibles para la emancipación de la humanidad. Pensar en la inmigración y proteger sus derechos y su dignidad. Pensar en la transición ecológica a una economía verde.
Pensar, más allá de procesos electorales, en el fortalecimiento de la autoconciencia andaluza, la cual, fruto de siglos de historia, es una aleación cultural valiosísima para enfrentar el racismo con el que el capitalismo occidental está peleando a unos pueblos con otros en su propio beneficio. Pensar el andalucismo del siglo XXI no puede ignorar la necesidad de trasformar el estado español para que no siga estando en manos de la herencia franquista. Pensar el andalucismo del siglo XXI es pensar en nuestra bandera republicana, la verdiblanca, como parte de un proyecto de estado republicano, plurinacional y (con)federal en el que, como exaltó José Luis Serrano Andalucía sea como la que más. Pensar el Andalucismo del siglo XXI es pensar que con Andalucía todo y sin Andalucía nada.
¡Viva Andalucía Libre!