En la agenda del neoliberalismo y los neocoms para tomar “definitivamente” el poder mundial estaba, está, la desactivación ideológica de la izquierda y el reforzamiento ideológico de las consignas de la clase dominante. Ninguna opción totalitaria cuenta con “el factor humano” para subvertir su orden. En eso nos tenemos que empeñar, en la reversión del orden que nos están estableciendo.
Durante años se nos ha bombardeado con las consignas del fin de la historia y la muerte de las ideologías y de sus derivados. Todo iba a ser perfecto porque, una vez caído el telón de acero ya no había motivos para la confrontación. El sistema capitalista, aplicado ya a la perfección en China y Rusia, iba a suministrar los placeres eternos del consumo y las migajas con las que la humanidad acabaría con el hambre y la desigualdad (los objetivos del milenio).
Para lograr la hegemonía ideológica y el poder en aquellos países donde no podían interponer dictaduras, EE.UU y “los buenos del norte”, decidieron instalar en nuestros discos duros cerebrales un nuevo programa que procesase las palabras para regocijo de los dueños de las finanzas mundiales. Así las frases que describen los hechos y la acción política servirían a sus intereses. El modelo consumista permitió desactivar el significado de lo colectivo con la destrucción masiva de la conciencia de clase y de sus anclajes históricos en las luchas por la libertad, la igualdad y la solidaridad.
Modificaron el territorio mental sobre el que el mundo cobra sentido. Territorio espacio-temporal en el que se fragua la hegemonía cultural, el relato y el significado de las metáforas. Los hechos y sus consecuencias no importan, porque una vez que las ideas (la ideología) se han transformado en creencias ya nadie puede cuestionarlas, la verdad incuestionable está pre-dicha (como la biblia), y da igual que todo lo que se dice desde el poder sea una gran mentira.
El orden de los factores es este: primero se refuerza la ideología, visión del mundo y trama de ideas que reflejan el campo de los intereses, después se simplifican los mensajes y se repiten insistentemente y de forma beligerante hasta que se convierten en creencias (verdades absolutas), más tarde es hora de tomar el poder con el apoyo legítimo de una mayoría social. Así ha actuado la derecha nacional-católica española. Por eso su oposición ha sido siempre brusca, sin tender la mano, necesariamente, pues tras el largo invierno franquista no tenía base social suficiente para gobernar. Así ha alcanzado más de 10 millones de votos y ahora, por primera vez en la historia democrática reciente, de forma generalizada, se ha sentido con la fuerza suficiente para pasar de un modelo de oposición agresivo a un modelo de gobierno absolutista.
El gran error de la izquierda ha sido dejarse arrastrar por las migajas del modelo económico de ¿crecimiento? sin cuestionar sus cimientos de papel couché y su superestructura de celofán brillante.
A quienes piensan que no es una cuestión de ideologías, que somos el 99%, que la solución es de sentido común y por tanto ni de izquierdas ni de derechas, que somos mayoría, que consideran el consenso casi absoluto la base de la política, que promueven tomas del congreso (light o no) arrogándose la representación de el Pueblo y olvidando que aquí cada cierto tiempo (máximo cuatro años) hay elecciones, que eluden el conflicto de fondo de las ideas, que se refugian en el activismo antipolítico explícita o soterradamente, que guardan silencio interesado cuando “no hay consenso”, que abominan de los partidos políticosporque todos son iguales, les diré que no hacen nada más que traducir el programa insertado en nuestras mentes por los think tank neocoms.
De todas esas consignas se deduce que la Política no solo no es necesaria si no que es perniciosa porque está tomada por la clase política y los interesados partidos, que la Democracia (mínimo: deliberación + votación) no es necesaria porque ya está el sentido común y somos el 99% y no hay diversidad de ideas que valga, que es mejor que gobiernen los tecnócratas porque las ideologías, y por tanto los intereses individuales o colectivos no existen, que no son necesarias las reglas del juego democráticas porque nos reunimos en las plazas o votamos por internet y ya está representado todo el Pueblo, que basta con lo nuevo para resolver la crisis de civilización y que no hay nada en lo viejo que merezca la pena, alimentando así una pérdida de memoria histórica espeluznante.
Es hora de que la izquierda rompa con todas esas patrañas y asuma valientemente que lo primero que tenemos que hacer es rearmarnos ideológicamente y defender la Democracia, un concepto que tiene ya más de 2.500 años, que permite la confrontación abierta de las ideas y la resolución pacífica de los conflictos. Es hora de que la izquierda vuelva a encarnar la defensa de la libertad, la igualdad y la solidaridad. Es hora de que la izquierda defienda abierta y contundentemente el derecho de los pueblos a su autogobierno, el derecho de las minorías a ser oídas y tenidas en cuenta, el derecho de la clase trabajadora a la dignidad y el futuro, el derecho nuestro, de las generaciones futuras y de todo los que no tiene voz (como los animales y toda la Vida en la biosfera) a tener derechos.
La Ideología es el único sustrato del que puede alimentarse la Política y si no reforzamos nuestra ideología del bien común no tendremos nada que hacer contra quienes defienden solo y exclusivamente el bien particular con su propia ideología.
No nos cansamos de insistir en las claves de la crisis, en el desmontaje de la democracia, en el retroceso en derechos que creíamos consolidaos y en la destrucción masiva de la dignidad humana provocada por un capitalismo que ya no necesita máscaras porque ha destruido la alternativa ideológica (y no voy a hablar de cuánta culpa ha tenido la socialdemocracia, liberal, en ello).
Es tiempo de la unidad de la izquierda, es tiempo de reivindicar un estado federal y una Europa política federal, es tiempo de reforzar la conciencia de clase, de atacar los modelos patriarcales del poder, de reivindicar la educación y la sanidad universales, de subir los impuestos a los ricos y las grandes corporaciones, de reducir la jornada laboral para repartir el trabajo, de reivindicar el ocio y la cultura del disfrute, la creación y la contemplación, de decir que no aspiramos a trabajar miserablemente sino a vivir dignamente, de romper con el dispendio del consumismo y el productivismo, de establecer reglas del juego que obliguen a las administraciones a no contratar con empresas que no cumplan unos mínimos estándares éticos y ecológicos. Es tiempo de reforzar al estado y las instituciones como oponentes de los oligopolios. Es tiempo de amenazar con que no vamos a pagar deudas ilegítimas caiga quien caiga y si los capitales se quiere ir que se vayan (de todos modos se están yendo).
Es tiempo de unidad de la izquierda para plantar cara al gobierno central, en Andalucía más que en ningún sitio, es tiempo de recuperar la memoria de las luchas de la izquierda andaluza, es tiempo de reivindicar nuestra autonomía y más autogobierno en un marco federal, es tiempo de banca pública andaluza, es tiempo de llamar a la derecha por su nombre real, es tiempo de decir que nos gobierna la alianza nacional-católica de raíces fascistas, xenófobas y homófobas. Es tiempo de defender el laicismo, y de no caer en la trampa de las sotanas por muy revestidas de historia cultural popular que estén y por muy “caritativas” que se muestren.
Y no lo olvidemos, es tiempo de ecología política, es tiempo de promover una salida verde, austera y solidaria que garantice los derechos humanos y los servicios universales de un estado del bienestar.
Y si esto no es ideología que venga dios y lo vea. Nos quieren imponer el valle de lagrimas mientras unos pocos viven en el paraíso, y ni lo uno ni lo otro.