Están puestos en balanza
dos corazones a un tiempo
están puestos en balanza
uno pidiendo justicia
otro pidiendo venganza
Alegrías, Camarón de la Isla, París 1987
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué ha ocurrido para que el neoliberalismo haya invadido las mentes? ¿Es verdad que nadie había predicho el advenimiento de la crisis del capitalismo financiero y sus efectos sociales? ¿Conocía el electorado que entregó la mayoría absoluta aplastante al PP un fatídico 20N que la derecha española era, además de neoliberal, nacionalcatólica?
Y en otro orden de cosas, ¿hay salida a la crisis social? Y si la hay, ¿existe ya masa crítica suficiente para apoyarla por la vía de la democracia electiva y representativa? ¿Se dan las condiciones en la izquierda para la articulación política de la movilización, el desencanto y la desesperación de la mayoría de la población?
La fortísima pulsión política liberadora y democrática que emerge en la época transición desde la izquierda como un aliento largamente contenido, se fue templando hasta su total desaparición en la primera década del siglo XXI. Los Pactos de la Moncloa (octubre del 77) firmados tras las elecciones a Cortes constituyentes de junio del mismo año tenían el germen de la Constitución refrendada el año 78, además de medidas de choque contra una fortísima crisis económica fruto del desarrollismo de los sesenta y la primera crisis del petróleo (año 73). Eran los tiempos de la transición.
La derecha nunca perdonó que Andalucía se revelará en el 77 contra el reparto injusto pactado con los nacionalismos vasco, catalán y español, y definiera un mapa autonómico casi igualitario, a excepción de los conciertos vasco y navarro, herederos del siglo XIX, y que Álava e incluso Navarra mantuvieron con el franquismo, fruto de sus adhesiones a la insurrección armada nacional católica del 36.
La debilidad democrática hasta el triunfo del PSOE liderado por Felipe González en 1982, era altísima, los sables, tricornios y sotanas velaban armas. La izquierda cedió mucho terreno y defendió la Constitución del 77 con muchísima más fuerza que la derecha. El triunfo de González fue demoledor pero, aún existiendo buenas acciones políticas en los sucesivos gobiernos socialistas, estos no fueron capaces o no quisieron romper definitivamente las amarras con determinados pilares que arrancaban de la dictadura. Las concesiones fiscales, educativas, patrimoniales y de visibilidad social al mundo católico y su jerarquía fueron amparadas por el socialismo y parte de la izquierda que se convertía al marketing electoral olvidando la ideología. En Andalucía gran parte de la izquierda aflorada en la transición concedió a las manifestaciones religiosas la pátina cultural identitaria, permitiendo una revalorización social de tradiciones a las que la sociedad les había dado la espalda.
La deriva liberal de la socialdemocracia española alimentó la iglesia supuestamente reconvertida a la democracia, la entrada de España en la OTAN, la destrucción progresiva del primer estatuto de los trabajadores con sucesivas reformas laborales, la anulación de la capacidad de respuesta del movimiento sindical, el uso de los fondos europeos como pan para hoy y hambre para mañana, el sustancial debilitamiento práctico, que no formal de la democracia, sin acometer con fuerza medias de trasparencia, anticorrupción y democracia participada, la privatización del sector público, la banca pública, las empresas energéticas, las telecomunicaciones, la industria del estado, etc.
Todo parecía funcionar mientras llegaban los ríos de dinero europeo y se hacían fuertes los modelos de destrucción del territorio, el urbanismo salvaje y la externalización de servicios públicos y deslocalización de la productividad y el dumping social. La corrupción y el dinero negro mordía los intersticios del poder a media que este se debilitaba intelectualmente.
Una deriva que se legó direccionalmente a los gobiernos de Aznar (el España va bien del PP coincidía en sentido simbólico con el Andalucía Imparable del PSOE-A) y que Zapatero ahondó en su segunda legislatura con reformas fiscales, financieras y laborales antinaturales de la socialdemocracia. Con el segundo gobierno Zapatero la socialdemocracia española fue más liberal que nunca a pesar de haber ganado las elecciones prometiendo el pleno empleo. El ejemplo más paradigmático de que en el PSOE nadie sabía o no querían saber lo que se nos venía encima.
No es cierto que nadie hubiese predicho las consecuencias de la repetición del modelo desarrollista franquista, no es cierto que no haya habido planteamientos, e incluso opciones políticas que insistieran permanentemente en a donde nos conducían las políticas económicas, fiscales, energéticas y de bloqueo de la democracia y anulación del sector público. Ahí están los intentos de la ecología política en solitario o en coaliciones. Lo que ocurre es que el electorado nunca les prestó atención, porque la embriaguez consumista era altísima, el poder repartía migajas y la banca crédito fácil. En esas condiciones ¿quien va a creer en los apocalípticos?
De otro lado, el actual discurso antipolítico. “todos son iguales”, etc., no tiene solo causas ciertas, como la corrupción generalizada y la incapacidad política del bipartidismo. Recordemos que ningún discurso anticorrupción influía de modo determinante electoralmente en los resultados electorales, el bipartidismo lo sabía. De hecho lo que ha ocurrido a nivel municipal y autonómico es que cuanto más corrupción se destapaba más votos recibía la opción de gobierno. Y esto ha ocurrido hasta la quiebra de las finanzas públicas (producto de la deuda bancaria, de las grandes empresas y del crédito privado) y su posterior afección al empleo. La predicción de una minoría, se ha cumplido.
La antipolítica tiene una raíz española más antigua, y es que no hemos superado todavía el “no te metas en política” franquista. Me cuesta recordad los cuarenta años de dictadura. No hemos superado todavía la destrucción del concepto de ciudadanía política durante esos años. Por eso crecen, en este momento crítico y de incertidumbre opciones populistas afincadas en la ultraderecha ideológica y camufladas de ciudadanismo crítico (como UpyD y Ciutadans). No hay más que observar la evolución de las encuestas de intención de voto para comprobar que buena parte del voto que pierde el PP lo recogen estas opciones de flagrante discurso antipolítico y recentralizador coincidente con el de “España una, grande y libre”.
El 20N del pasado año, a pocos meses de la emergencia del ilusionante 15M, las urnas entregaron todo el poder al PP. Una evidencia de que la simpatía que el movimiento despertó estaba desubicada y desorientada ideológicamente casi por completo. Luego vino su evolución y sus mejores triunfos (la lucha contra los desahucios a la cabeza). Pero también sus agotadoras e interminables asambleas y su llamamiento al consenso “absoluto” y a las técnicas virtuales de democracia participativa. No reconocer que la política es conflictiva por naturaleza y que la democracia es el único modelo de tratamiento pacífico de los conflictos de intereses es un error de partida que nos lleva a un iluso buenismo.
Hemos dicho en otros lugares, que todo lo ocurrido es fruto de dos objetivos ideológicos capitalistas que no eran ni son nuevos, la planificación estrategia del neoliberalismo para desactivar el pensamiento crítico y situar las mentes en los marcos de la derecha (la palabra libertad significa más “yo”, más libre mercado, para facilitar la vida del dios del crecimiento permanente); y la invisibilización en ese marco de, como insisten mis compañeros y compañeras de P36, la ley de la tasa decreciente de ganancia (marxista) y la ley de la entropía (que la ecología política recoge de la termodinámica).
La crisis del capitalismo es una crisis de raíz ecológica y consiguientemente es una crisis sistémica. La izquierda está empezando a introducir este hecho en sus análisis y por ello habla ya en numerosos frentes de “ecosocialismo” como una síntesis del reconocimiento del conflicto de clases y el reconocimiento de los límites planetarios para dar una respuesta política, ideológica, desde la izquierda, demandando la intervención del Estado en la economía y las finanzas para avanzar en equidad y justicia social. También la izquierda plural introduce en su discurso el vinculo entre ciudadanía, territorio, democracia y derechos (el nacionalismo y el federalismo de izquierdas), y con ello la visión plural, compleja y ecosistémica que aporta el principio de subsidiariedad.
La izquierda, dubitativa y dedicada a gobernar o cogobernar, o a hacer movilización de calle, dejó de poner en cuestión el modelo capitalista, y calló directamente en las garras de un sistema hiperproductivista e hiperconsumista, consintió su financiarización y por tanto la ocultación mediante el crédito fácil (la hipoteca del futuro y de las generaciones futuras) del desigual reparto del poder y de la riqueza. Nunca como en los últimos años crecieron tanto los índices de desigualdad.
La derecha aprovecha la crisis de la que hablamos para culpar a las libertades civiles, los derechos laborales, sociales, sanitarios y educativos, de la crisis, y los recorta hasta límites insospechados hace un par de años. La derecha sabe que esto es un conflicto de intereses (de clase) que no tiene solución, para mantener el modelo capitalista, si nos es una solución de fuerza (totalitaria). En España, se le ha entregado todo el poder y puede ejercer toda la fuerza de su mayoría absoluta. Lo tienen claro, de ahí la velocidad a la que han acometido las reformas. La ruptura con los principios constitucionales del 77 demuestra lo vengativo de una derecha insaciable. Ha sido la derecha, ayudada por el PSOE de Zapatero y Rubalcaba, la que rompió definitivamente el marco constitucional reformando el artículo 135, por convicción y por imposición de la Troika con el argumento de “no podemos hacer otra cosa.”
Porque sí, sí que se puede. Se están dando las condiciones para la articulación de un movimiento político democrático capaz de vencer a la derecha y disputar al PSOE el privilegio inmerecido de representar a la izquierda. Las movilizaciones que propone la sociedad civil organizada (con los sindicatos de clase al frente) son muy contundentes y muy mayoritarias. Por primera vez, la izquierda va a tener de argumentos electorales la alianza entre las imparables cifras del paro, los recortes sociales y los desahucios, y la corrupción en los intersticios del partido que gobierna (el caso Bárcenas-Gurtel) y la dicotomía estratégica del PSOE. dicotomía que se manifiesta en la laxitud de sus propuestas, con llamamientos a pactos con la cara negra del poder actual y el miedo al reconocimiento del derecho a decidir. Y lo ultimo, la petición de dimisión de Rajoy sin demanda de convocatoria de elecciones anticipadas.
Hay salida, sí. Y ésta, si tiene vocación de permanencia, ha de ser ideológica y organizada. Porque es falso que esto sea solo una estafa, que lo es. Esto es una crisis consecuencia de las reglas del juego actuales. No es una cuestión de que seamos el 99%, que seamos mayoría, que seamos los de abajo agredidos por los de arriba. Porque aun reconociendo que estemos siendo estafados y estafadas, que el daño afecta directa o indirectamente al 99% de la población y que haya un poder de la minoría de arriba que violenta a la mayoría de abajo, estas consignas no van al fondo de la cuestión, y alimentan un marco de interpretación de la realidad populista que puede engendrar más Berlusconis o más Montis.
Estas consignas simplifican la cuestión, y podemos pensar que sólo bastaría con fabricar más dinero y repartirlo, con hacer una nueva Constitución sin convocar elecciones constituyentes para que luego podamos votar a diario por internet, o que con que las y los políticos estuviesen permanentemente sometidos a la tutela de la asamblea popular, no tuviese coche oficial o no cobrasen sueldos supersónicos todo estaría arreglado. Todo esto podría hacerlo perfectamente un líder popular y mesiánico, estos días ya se autoproponen candidaturas y se rumorean otras.
Pero luego qué, volveríamos a chocar con los límites, con la escasez de materias primas, con la degradación ambiental y el cambio climático. La crisis es de límites, las salidas no pueden mentir en esto. No volveremos a vivir sobre el crédito y el despilfarro. Se trata de garantizar la justicia, la equidad y la igualdad, la educación y la sanidad pública, las pensiones y la renta social básica. Se trata de hacerlo ajustándonos a los ciclos que cierra la naturaleza.
Hay salida, sí. Pero esta salida no se va a producir por la acción de las conciencias individuales agrupadas colectivamente. No basta con que separemos y reciclemos la basura, por decisión personal y conciencia ambiental, no basta con que creemos cooperativas de consumo solidario, compremos en el barrio o instalemos energía solar en casa o nos conectemos eléctricamente a una compañía que te garantiza energía limpia. El día en que este tipo de acciones individuales amenacen el sistema capitalista, ese día, el poder real utilizará la ley para limitar nuestras acciones individuales o prohibirlas directa o indirectamente. Ya lo está haciendo, la ley depende del poder que la dicta.
No basta con que empresas y colectivos se apunten a la “economía del bien común.” La derecha sabrá en su momento colocar las barreras de entrada precisas a ese modelo. Lo está haciendo. No basta con ser solidarios y ayudar a los bancos de alimentos, echar horas en una ong o firmar peticiones on-line, esa es la forma de caridad que nos concede el pensamiento de la derecha para justificar su falta justicia.
Hay salida, sí. Pero es necesario articular la toma democrática del poder. Necesitamos una reconstrucción ideológica de la izquierda, que recupere su tradición emancipatoria, de trabajo para lo común (el 100%), que integre lo que no tiene voz (la naturaleza, las generaciones futuras, los animales), que plantee un proyecto de choque contra el capitalismo situando el trabajo en el lugar de la liberación y no en el de la esclavitud, que reconozca el papel central del tiempo social no remunerado, de la mujer y el feminismo. Que hable de laicismo radicalmente. De fiscalidad ecológica y social y de reparto justo del beneficio. Que afronte la “estatalización” total de la banca, la energía y las telecomunicaciones. Que garantice el acceso igualitario a la educación y la sanidad públicas. Que haga crecer el sector público en detrimento del sector privado. Que garantice la renta básica y la vivienda. Y que todo lo haga en proximidad, cerrando los ciclos de producción y los ciclos del dinero. Hemos de disponernos a gestionar escasez de recursos y productividad generando igualdad y felicidad.
El corazón de la izquierda ha de ser más grande y poderosos que el de la derecha, es el corazón de la justicia. Cuando gobierne hay que ir muy rápido, la derecha en eso ya nos ha dado una durísima lección. Pasemos del agonismo al antagonismo, de la transición a la bifurcación, de la democracia liberal a la democracia radical.
La izquierda hoy puede plantear un programa conjunto de choque contra el capital y sus formas de manifestación, la pobreza, los desahucios, el desempleo, la deuda y la corrupción. Hagámoslo organizada y democráticamente a un tiempo. Proyecto conjunto, primariasabiertas y de etapa constituyente.
Contra el corazón vengativo de la derecha, alimentemos la sístole y la diástole de la izquierda.
@marioortega