viernes, 27 de septiembre de 2019

Sobre la conexión entre la emergencia climática y la desigualdad social y de género


Hay una conexión directa entre la emergencia climática, la desigualdad social y la desigualdad de género. Son tres emergencias que no solo se viven con extrema gravedad en países colonizados por la guerra y las multinacionales del petróleo o las materias primas, también millones de situaciones personales y familiares dramáticas se viven dentro de los territorios de las democracias liberales.

Al final de la era preindustrial la concentración de CO2 atmosférico era de 275 ppm (mg/litro), allá por los comienzos del siglo XIX, en ese entorno había permanecido durante al menos una decena de miles de años. La concentración actual es de 415 ppm, casi un 51% superior. La concentración de dióxido de carbono atmosférico determina, dadas sus características moleculares, la temperatura media de equilibrio fruto del balance entre la energía que nos otorga el sol a diario y la que el planeta emite al espacio. El CO2 es como un cristal, cuantos más concentración, más efecto invernadero.

La vida sobre la tierra persiste y se reproduce sustentada sobre dos prodigios que datan de hace unos 3.800 millones de años, unos 700 millones de años después de su aparición, el prodigio de su conexión a una fuente de energía externa al planeta, la fotosíntesis vegetal que aprovecha la energía de la radiación solar, y el prodigio del cierre de los ciclos materiales basado en la biodiversidad de los ecosistemas.

Así es como la vida se reproduce y así es como durante millones de años ha dejado su tiempo acumulado en forma de materia orgánica en las reservas de carbón, gas y petróleo. Lo que está devorando el actual modelo económico que surge en el XIX como consecuencia de la simbiosis entre combustibles fósiles y máquinas térmicas es tiempo de vida acumulado. Lo está haciendo devolviendo a la atmósfera en algo más de 200 años el CO2 que la vida retiró de la misma durante millones de años. La velocidad de cambio de las condiciones fisícoquimicas atmosféricas y de la biosfera en tan rápida que los ecosistemas son incapaces de adaptarse desapareciendo millones de especies, destruyendo la biodiversidad.

Las consecuencias para la humanidad y la naturaleza (su condición de posibilidad) del modelo que devora el tiempo de vida acumulado, advertidas por el ecologismo y la ciencia desde hace decenas de años, ya se manifiestan afectando a las economías, a las comunidades culturales y a los estados sin miramiento. La frecuencia y virulencia de los fenómenos meteorológicos aumenta año a año, la escasez de agua y la desertización, son efectos y causas, que actúan en sinergia con al drama del calentamiento global. Los efectos del calentamiento globalaumentan el calentamiento global en una espiral que es urgente detener.

Para romper la dinámica suicida de la espiral climática precisamos cambiar el sistema energético y conectar la economía, como la naturaleza, al sol, y construir un modelo económico con características ecosistémicas, un modelo que cierre los ciclos de los materiales y se sustente principalmente sobre relaciones de proximidad. Es tan revolucionario como urgente.

La salida la la crisis metabólica planetaria no puede ser antidemocrática, es lo que hemos vivido en los últimos años en las democracias liberales, y lo que se lleva viviendo en el resto de territorios cuyas soberanías están colonizadas directamente o mediante oligarquías locales al servicio del capital multinacional. El choque contra los límites del planeta hizo que capital buscase, primero la fuente de crecimiento en la economía especulativa, sufrido el gran crack de la misma durante el pasado decenio se ha buscado y conseguido salvar el modelo extrayendo las plusvalías para el crecimiento, bien de la reducción de derechos laborales bien de la privación directa o encubierta de los grandes servicios y derechos públicos como la sanidad, la educación o las pensiones.El ataque a los derechos de las mujeres forma parte de los mismo, una sociedad sin derechos, requiere de una mano de obra que garantice la reproducción social, los cuidados en las familias, de las personas mayores, de la infancia, de quienes enferman.

Por eso deberíamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿Por qué quienes declinan actuar en serio contra el cambio climático tampoco quieren legislar en serio contra la desigualdad de género y la desigualdad social?

La respuesta está en el aire y tiene que ver con la apropiación descarada del tiempo de vida acumulado en la naturaleza, del tiempo de vida de las mujeres y del tiempo de vida de la gente trabajadora. Ahí es donde encuentro una conexión radical entre la defensa del feminismo, los derechos humanos y las causas ecologistas. No sé si a eso le podríamos llamar ecosocialismo.