El navío gubernamental lleva el espíritu del rey Felipe VI en el castillo de proa. La orden de alojamiento espiritual de la corona española en Moncloa la dio el almirante Pedro Sánchez, una vez que el padre del rey, el emérito Juan Carlos I, no viese más salida a su situación procesal en Suiza y la apertura de investigación de la fiscalía española por cuestiones de ocultación de dineros a la hacienda pública, que poner tierra y agua de por medio volando hacia el país donde es más querido y protegido, Emiratos Árabes Unidos.
La decisión de albergue real sanchista se tomó sin siquiera comentarla con carácter previo con el capitán de navío Pablo Iglesias, el cual dirige parte importante de la tripulación gubernamental y es imprescindible en el manejo del velamen cuando los vientos de estribor azuzan con fuerza oleaje y tormentas contra amuras y costados.
La ocultación del almirantazgo de una actuación gubernamental en la que está concernida la Casa Real a la capitanía podemita se repitió la pasada semana. Como se deduce de las crónicas de la avezada periodista Esther Palomera y el fino analista Enric Juliana, el almirante Sánchez había acordado con el rey Felipe VI que, dada la jugada política que estaba preparando el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, de la que el ministro de Justicia tenía fidedigno conocimiento, era preferible que el rey no presidiese la entrega de despachos a los y las nuevas juezas en Barcelona, prevista para el viernes 25 de septiembre. Es imposible creer que un Pedro Sánchez, de hecho monárquico, con el espíritu real alojado en Moncloa, no pactase con el rey utilizar la facultad constitucional del gobierno para no autorizar su participación en el acto judicial protocolario de Barcelona. Imposible. Pablo Iglesias desconocía el “acuerdo”.
La jugada de Lesmes consistía en aproximar, o incluso hacer coincidir, la presencia del rey en Barcelona con la promulgación de la previsibilísima sentencia de inhabilitación del presidente de la Generalitat, Quim Torra, por poner lazos amarillos en balcones oficiales. El objetivo político no era otro que desestabilizar al gobierno, aumentando la victimización del independentismo catalán, generando discordia callejera, para dificultar las negociaciones de los PGE con ERC y otros agentes políticos catalanes como el PDCat liderado ya de facto por Artur Mas.
La única manera de impedir el uso político de la figura real que pretendía Lesmes, era impedir que este se encontrase en Barcelona en un acto judicial con la sentencia de inhabilitación de Quim Torra caliente. Así, el almirante Sánchez volvía a cargar sobre sus espaldas el peso de la corona poniéndola a resguardo en un momento en el que no le conviene para nada ser asimilada a la ultraderecha de la foto de Colón. Sánchez y Felipe VI parecen saber que su futuro está atado siempre que el segundo no haga política y el primero pueda aprobar los PGE. Ese es el lazo que Lesmes quiso romper, y que casi rompe in extremis, al hacer pública la llamada “de cortesía” que le hizo el rey para aplacar el frufrú de las togas y disculpar su inasistencia.
Si el capitán de navío Pablo Iglesias hubiese estado al tanto de la decisión del tándem Sánchez/Felipe VI y su porqué, las togas que hacen política hubiesen salido peor paradas en su credibilidad de lo que ya han salido. Lo fundamental que está en juego en lo inmediato es la aprobación de los PGE, condición necesaria para afrontar con garantías la crisis social y empresarial, con la consiguiente durabilidad de un gobierno progresista de izquierdas que fortalezca España fortaleciendo el estado, los servicios públicos, los derechos de la gente, el diálogo plurinacional que dé salida a la crisis territorial y nuestra posición en Europa. Justo lo que no quieren las egregias togas negras ni las derechas reunidas en el cementerio pandémico en el que han convertido Madrid.
El dilema del rey, su referéndum interior, es decidir si está con la democracia parlamentaria o con los obstruccionistas que diciendo defender la CE la destruyen a diario con los mismos martillos con los que destruyeron los ordenadores de Génova. Después de la trampa cepo que le tendieron la semana pasada debería ver que, cuanto más recurrentes y más altos son los ¡viva el rey!, viniendo de donde vienen, más daño hacen a la institución que ocupa.