Madrid no es España pero a ojos de la Unión Europea España es Madrid. No es casual que tanto en los acuerdos como en los desacuerdos la prensa europea hable de relaciones entre las capitales.
La experiencia fascista en Europa ahonda sus raíces en el siglo XX, los exterminios xenófobos, los éxodos, la desolación, la destrucción, la hambruna y sus consecuencias son conocidas. Alemania estuvo dos veces en el centro de operaciones imperiales totalitarias que la llevaron a la autodestrucción, que hicieron un daño incalculable en Europa. Por eso Angela Merkel impide que la abandera alemana sea usada partidistamente, por eso Merkel anuló, en febrero del pasado año, los acuerdos de su partido, la CDU, con la formación nazi Alternativa por Alemania para que un liberal gobernara el estado federado de Turingia. Desde entonces Turingia la gobierna La Izquierda, Die Linken, con apoyo de la CDU para evitar que el fascismo entre en las instituciones alemanas.
La política económica europea, liderada por la Alemania de Merkel, ha girado, forzada por el trumpismo y por la pandemia hacia un momento expansivo arrojando euros sobre las economías para sostener las empresas europeas, los mercados internos y cierta estabilidad social que frene la amenaza del populismo neofascista. Un hecho que en el gobierno español parece haberlo entendido con claridad meridiana el socio minoritario. A trompicones los cinco ministerios liderados por la vicepresidencia de Pablo Iglesias han empujado con fuerza hacia la ejecución de políticas de protección social, protección de empresas y autónomos y protección de los servicios públicos. Cuesta entender que haya ministerios en el gobierno de Sánchez que no hayan percibido por donde van Alemania, Francia o Italia y continúen con la inercia del neoliberalismo que tanto daño a hecho a Europa.
En este contexto de calado geoestratégico, la región capital de la cuarta economía de la eurozona está gobernada abiertamente por un personaje que proclama que acusarla de fascista quiere decir que va por el buen camino. En este contexto la misma trumpista, sin cuernos ni piel de bisonte, ha convocado por arrebato repetición electoral con la intención de hacerse con todo el poder de la comunidad madrileña junto con el partido de raíz franquista, Vox; un partido que defiende abiertamente los gobiernos de la dictadura que roció de muerte las cunetas España y de exilio español el mundo. Un fascismo que ha basado su política del año pandémico en intentos de derrocar al gobierno legítimo de coalición acusándolo de asesino, cuando bien sabemos que la mayor mortalidad se ha dado en Madrid en las residencias de ancianos privatizadas, y en acusar al feminismo de culpable los contagios.
Pablo Iglesias ha dado el paso que solo puede dar un gigante de la política, un paso desinteresado en lo personal y en lo partidista, un paso forzado por el hecho de que Isabel Díaz Ayuso puede hacerse con el gobierno de la comunidad de Madrid con apoyo de la ideología abiertamente antidemocrática de Vox. Si yo fuese Angela Merkel lo apoyaría. Si yo fuese el rey de España estaría muy preocupado con que el fascismo de los que gritan exaltados viva el rey tomase Madrid; sería la viva imagen de que a la monarquía solo le queda el reino de Madrid desgajado de una España, europea y democrática.
Cuesta trabajo comprender, en un contexto de riesgo democrático en la región capital de España, por qué un sector con discurso progresista agrupado en torno a Más Madrid, que ya causó una fractura tal que impidió acabar con la hegemonía de la derecha en 2019, se resiste a agruparse en un movimiento que tiene capacidad de abrir las grandes alamedas de España. Cuesta trabajo entender declaraciones agresivas contra Pablo Iglesias de quienes llevan a gala ser más de izquierdas y más antifascistas que nadie, de quienes autodenominándose anticapitalistas con bandera andaluza, prefieren un cuanto peor mejor y que gobierne Madrid el fascismo.
Deseo que la locura que llega desde los márgenes del sistema democrático, que no ve la relevancia de lo que la democracia española de juega en Madrid, se vea compensada con la racionalidad de los movimientos sindicales, feministas, ecologistas, defensores de la educación, la sanidad pública y, en general de todos los servicios públicos, así como la de sectores empresariales de la economía social y productiva, reconociendo que al fascismo no se le puede tolerar sino combatir como va a hacer Pablo Iglesias y el equipo que componga para ello. Si yo fuese Merkel estaría expectante deseando que al líder de Unidas Podemos la operación madrileña le saliese perfecta. Europa también se la juega en Madrid.