jueves, 23 de septiembre de 2021

Cuerpo, vida y territorio


No hay vida sin memoria y no hay política sin territorio. Toda vida es un almacén de memoria, ADN, y un lugar para vivir, ecosistema. Sobrecoge la sencillez de este resumen. No hay política sin territorio, y no hay identidad sin ecosistema cultural. O sea, no hay cultura sin pueblo y no hay pueblo sin cultura.

La cultura es la memoria de los pueblos, su ADN. Hay pueblos cuya memoria cultural está simbolizada en su idioma (lengua materna), hay otros cuyo idioma es sobre todo su memoria cultural. La matria tiene substancia cultural. Entre los pueblos cuyo idioma es su memoria está el andaluz. La lengua de Andalucía es el anhelo de libertad, justicia y democracia, su acento político. Eso es lo que reivindicó Andalucía el 4 de diciembre de 1977 cuando se constituyó en las calles como pueblo. Eso es lo que el 28 de febrero de 1980, ya en vigor la constitución del 78, ratificó en referéndum su derecho a ser como la que más en el estado autonómico.

Desvincular la democracia del territorio es justo los que busca el neoliberalismo para liquidar la parte del estado que le incomoda, el estado social y de los derechos. El capital necesita reducir la complejidad de las interlocuciones. Por eso fue tan fácil reformar el artículo 135 de la CE por orden externa como aplicar el 155 por acuerdo interno. Por eso está tan escondido de la opinión pública el artículo 128. El capital se afana en desvincular la democracia del territorio, de las identidades y los intereses de comunidades sociales, bien con las armas de de la represión, con las de chantaje, con el control mediático y las fake news, o con un ejercito de togas dispuesto a retorcer crípticamente las normas para dictar sentencias llenas de teatro del absurdo.

La misma fuerza que impide que la Venus capitolina de El Salar, una localidad del municipio granadino de Loja con algo más de 2.500 habitantes, repose culturalmente en su lugar de aparición, como no lo hace la Dama de Baza en Baza, es la que ordenó la política de la última desindustrialización de Andalucía ocultada bajo los millones de los ERES, desmanteló la red de ferrocarriles para que el AVE llegue radial y deficitario al mismo sitio, legisla desde la distancia para contaminar la tierra, el agua y el aire en lugares lejanos, sin que sus habitantes puedan hacer algo más que revelarse, fuerza el monocultivo de la construcción y el turismo vendiendo los recursos a capital externo y lleva a la gente a la esclavitud liquidando derechos laborales y entregando a lo privado (energía, agua, salud, educación, dependencia,…) lo que solo como público garantiza la justicia, la equidad y la seguridad vital.

Quienes arguyen contra las demandas de soberanía de naciones, comarcas, poblaciones y ciudades que no quieren más fronteras dicen la verdad, no quieren fronteras para la fuerza expresiva del capital, pero las adoran para liquidar la democracia, el estado social, lo común, lo público. Ese es el sentido del discurso de Casado/Abascal cuando hablan de reforzar y proteger las fronteras externas. Nos quieren en la dialéctica dentro/fuera en lugar de en la dialéctica autoritarismo/democracia o centralismo/federalismo.

Hace tiempo que sabemos que la crisis del capitalismo es una crisis metabólica. Una especie de bulimia que devora cuerpos, vida y territorios. Enfrentarse a eso solo puede hacerse mediante el feminismo (la soberanía de los cuerpos), el ecologismo (la soberanía de la vida) y las identidades culturales (las soberanías territoriales).

Cuerpo, vida y territorio son argumentos centrales para la defensa de la democracia. O sea, la distribución normativa y caleidoscópica del poder. Tan importante es para el progresismo y la izquierda articular sensibilidades para un proyecto común de carácter republicano, como apalancarse territorialmente sobre modelos organizativos verdaderamente democráticos, o sea, federales. También en los sentidos provincial, comarcal o municipal. Las demandas provincializadas de la España vaciada son el epifenómeno político más reciente que pone de manifiesto la necesidad de un federalismo conceptualmente muy amplio. En España no hay un solo centralismo, las capitales autonómicas también son sumideros de poder. No plantear un proyecto federalizante en todos los niveles territoriales conducirá al aumento de las tensiones en todas las escalas territoriales.

Ximo Puig, presidente de la Comunitat Valenciana lo ha entendido, por eso tiende puentes federales con el gobierno de la Generalitat catalana y con el de la Junta Andalucía. La izquierda ha de creerse el federalismo y practicarlo como proyecto político clave para enfrentarse a la dinámica centralizadora del poder.

Publicado en La Última Hora