El caso está en que la intencionalidad del artículo es, a primera vista, elogiable. Alegrarse produce dopaminas, le viene bien a la izquierda ser alegre. La esperanza en la izquierda no nace del gruñido, ni de la melancolía, ni del anuncio del colapso. Alguien dijo alguna vez que ningún triste gana elecciones. Matizo lo de la esperanza en la izquierda, porque la izquierda no promete, como hace la religión, consecuencia de nuestras acciones en la tierra, un reino de los cielos. La izquierda busca que la vida para todo el mundo sea mejor y no un valle de lágrimas.
Sánchez Cuenca se comporta como el profe que regaña al alumnado que asiste a clase por el comportamiento indolente de quienes no asisten. Regaña a la izquierda que empuja mejoras desde el gobierno por el comportamiento de quienes no quieren gobernar en su pureza o de quienes, gobernando, llevan el freno de mano echado para limitar el alcance de sus promesas electorales. Del mismo modo que otros enmarcan los déficit educativos del comportamiento social, en la culpabilidad de los centros de enseñanza y su personal docente, cuando en realidad buena parte del problema está en los mensajes que lanzan las grandes cadenas de televisión a padres, madres, niños y niñas con su programación basura y sus fake, su griterío sin argumentos y su falta de interés por la verdad. Ni el feminismo, ni la ecología, ni la lucha contra la xenofobia, la homofobia o la desigualdad, triunfarán si antes no ha triunfado la democracia en los grandes medios. Y si no ha triunfado es por una cuestión de propiedad, de capital, de quien tiene el parné, aunque pueda haber ejemplos de que el oligopolio mediático puede enfrentarse con inteligencia comunicativa.
Le disculpo a Sánchez Cuenca, la alusión a la energía nuclear de fusión, que pone como ejemplo de esperanza que la izquierda no es capaz de admitir. El autor de La izquierda ceniza no sabe de lo que habla en este tema. Sin entrar en que esa energía hace decenios que siempre se promete para de aquí a cincuenta años, desconoce por completo las consecuencias políticas de tamaña concentración de poder energético y las entrópicas, físicas, de una disponibilidad de energía atómica a ojos humanos infinita.
Pero al tema. Me pregunto: ¿a qué izquierda actual se refiere con el calificativo de ceniza? Y, si existe, ¿tiene ocupado tanto espacio como el autor hace ver? ¿No estará contribuyendo Sánchez Cuenca a amplificar su importancia como aquello de "No pienses en un elefante"? Yo lo que veo es una izquierda en el gobierno que consigue cosas, algunas muy relevantes en plena pandemia, y a otras izquierdas y menos izquierdas del bloque de investidura que tensan al PSOE por la fuerza de los números en el Congreso a posiciones sociales, progresistas, ecologistas, feministas republicanas y plurinacionales. ¿No será que el problema está en que los grandes medios de comunicación públicos y privados son muy mayoritatiamente de derechas y alimentan, como si de un fantasma se tratase, la idea de la existencia real de una izquierda ceniza? Para que periodistas, tertulianos y demás progresía mediática hable de que el problema es la izquierda ceniza, cuando en realidad el problema son ellos mismos y el propio PSOE, cuyo freno de mano a los avances echa chispas produciendo carbonilla y cenizas en el motor del cambio hacia una profundización democrática.
Eso sí, como se está demostrando en la campaña electoral andaluza, tanto el candidato del PSOE como Pedro Sánchez lucen en sus mítines y entrevistas todos los logros que les ha sacado la izquierda ceniza con inteligencia, alegría y tesón. ¿No será que hay una opinión publicada que, queriendo o sin querer, está tratando, como hicieron cuando Julio Anguita, reducir la actual fuerza gubernamental de la izquierda a ceniza para que su señalamiento cenizo se cumpla de verdad? A Anguita, desee posiciones similares, lo llamaron también iluminado y cenizo. ¿No será que en la capital del reino se oyen cantos de sirena para que la izquierda gourmet se desprenda de la izquierda para acabar luego achicharrada entre las cenizas?