No me importa que para terminar el Lorca hayan sido necesarios cuatro millones de euros puestos por Noruega, Islandia y Liechtenstein, dice tanto de la universalidad de Lorca como de la catetez de nuestros próceres.
Lo cierto es que Granada necesitaba de un lado tener un espacio digno para mantener a Federico vivo y necesita dar continuidad al Museo Guerreo, uno de los más afamados pintores de nuestra tierra con su poderoso expresionismo abstracto.
He visitado el Guerrero muchas veces, he disfrutado con algunas exposiciones temporales y, por supuesto, con la obra de José Guerrero.
En el hermanamiento entre Federico y José que hago en esta columna quiero recordar, no puedo dejar de recordar, el cuadro La Brecha de Víznar. Ustedes pueden verlo en la calle Oficios.
Mi personal interpretación del cuadro del pintor granadino es un comprometido pretexto para clamar por la memoria histórica.
Dos lindes profundas y diagonales, formadas por la confrontación entre un blanco de fulgor astral y un negro “vivo y transparente”, cizallan un abismo oscuro. En ese barranco nocturno y tenebroso ocurrieron, como en tantos otros lugares y cunetas, hechos históricos abominables. Para mis ojos, es la luna la que dibuja la profundidad telúrica. Luna lorquiana que, como el costado de Sierra Morena, reflejada en la tierra del barranco tamiza una consistencia tenue de tierra amalgamada con sangre.
Los triángulos que forma el blanco con levísimos reflejos purpúreos se clavan sobre la tierra negra.
Tierra que resume toda la noche negra en la que se sumió España en el año 1936.
En el vértice incisivo un borbotón rojo de sangre simboliza la herida abierta y hoy sigue siendo venero de infamia para gentes que sufrieron el estigma del olvido.
Yo no quiero que Lorca y Guerrero sean marca ni producto, mejor esencia, memoria y futuro.