En el jardín europeo de Josep Borrell hay tigres. Los tigres gobiernan Italia, Polonia y Hungría, participan en los gobiernos de Suecia, Finlandia y Países Bajos. Influyen o arrastran a todos los gobiernos de derechas hacia posiciones ultra. Están en la mayoría de los parlamentos y en el parlamento europeo. Han destruido la socialdemocracia europea, hace tiempo devenida socioliberal, incapaz de plantear un proyecto común de defensa de la Europa democrática, esto es, de defensa de los derechos humanos y de los derechos políticos, sociales, ambientales de las mayorías.
Todo es consecuencia del choque del capitalismo con los límites planetarios: escasez de recursos y alteración biofísica ambiental. Desde el último cuarto del siglo pasado las crisis de crecimiento se afrontan desconectando la economía financiera de la productiva. Primero fue la economía del crédito, de los futuros bursátiles, de la fábrica en China y del préstamo fácil para tapar la deflación de los salarios y el aumento de la desigualdad. Fue el “España va bien” del PP y la “Andalucía imparable” del PSOE. Cuando en el modelo que desahució el futuro de toda una generación chocó el debe con el haber, llegó la crisis de 2008.
Pero la crisis de crecimiento del capitalismo es implacable, se necesita cada vez más para cada vez menos. Los límites planetarios son un abismo. Con la fábrica en China, la clase trabajadora sufre las acometidas de los recortes en derechos para que los estados sigan inyectando capital en el mundo financiero. El BCE está al servicio indisimulado de la gran banca. El puñado de capitalistas de EE.UU vive del expolio gracias a la fábrica de dólares de la Reserva Federal y a la sexta flota. Latinoamérica, India, África, parte de Asia y Oriente Medio se defienden de su dependencia. La guerra es entre el si no me das te mato del imperio y el si me das te doy del peligro amarillo. Salvo en Latinoamérica, el capital no tiene izquierda que le haga frente, la France Insoumise y Podemos son dos anomalías europeas.
Para mantener la dinámica del crecimiento, los
dueños del dinero saben que es preciso recluir a las mujeres en las
tareas impagadas de cuidados y reproducción, que es preciso considerar
todo, cultura y medio ambiente incluidos, como bienes de mercado
dispuestos a la propiedad privada y el expolio, que es preciso tener en
la inmigración mano de obra esclava sin derechos. Además, el choque del
crecimiento contra los límites planetarios obliga al capital a extraer
de las políticas de bienestar allá donde existen. Los sistemas
sanitarios y educativos se privatizan, las prestaciones se recortan, los
derechos sociales, de las familias, las mujeres y la infancia se
anulan, los servicios públicos se externalizan con concesiones leoninas a
grupos de inversión, las inversiones en infraestructuras se regalan
bajo el camuflaje de la colaboración público-privada, que no es otra
cosa que dinero público para beneficio privado.
Es en este
contexto, con una Europa otanista metida en la guerra de Ucrania, donde
crecen las posiciones ultra. El capital con los medios de comunicación
en su poder fomenta el negacionismo del cambio climático, de los
derechos de las mujeres, de los derechos humanos, tanto de los
trabajadores con ciudadanía como, y sobre todo, de las personas
inmigrantes. Para controlarlo todo atacan los derechos territoriales de
los pueblos. No solo necesitan atontar y disciplinar a la población para
que no perciba al auténtico enemigo, necesitan concentrar el poder para
manejarlo a su antojo, por eso tratan de destruir la democracia
territorial, la soberanía municipal, autonómica y nacional de los
pueblos políticos y culturales con y sin estado.
Las tigres ya están en los jardines de municipios y comunidades autónomas de España. El Partido Popular de Ayuso, Feijóo y Moreno Bonilla los alimenta con carne cazada por Vox. Los tigres son la excusa para destruir la vida comunitaria. El jardín europeo era el jardín de la clase media: clase trabajadora, profesionales especializados y PYMES, amparada por el estado del bienestar, son los tigres de la ultraderecha los que lo destruyen. No vale enfrentarse a los tigres y quienes los alimentan inclinando la cerviz hacia el centro político. No hay causas en el centro. Tampoco es cuestión de simpatía, espíritu dialogante y fotos chuli. Se trata de determinación para que los tigres no devoren la democracia a las órdenes de un puñado de personajes capaces de pagar sumas millonarias a mercenarios de la comunicación en prime time.