
Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Miguel Hernández
Apelar a la unidad de la izquierda es hermoso, pero no sirve para nada si detrás de esa invocación solo hay un análisis matemático coyuntural que ignora el pasado, el momento histórico y la construcción de un horizonte estratégico de futuro esperanzador, pese a que como es habitual muchas personas bienintencionadas piensen que es la mejor solución.
La izquierda transformadora que irrumpe en 2014, está situada insistentemente en la diana de la unidad. Sin embargo ha sido la que más unidad ha promovido desde su nacimiento. Unidades electorales malogradas, con el nombre de Unidas Podemos o Adelante Andalucía. Coaliciones que, junto con la estrategia de bloque de dirección de estado con fuerzas soberanistas, dieron la mayor cantidad de representación política y los mejores frutos para mejorar la vida de la gente. La unidad estaba hasta que la presión exterior del régimen (cloacas, lawfare, bombardeo comunicativo y violencia política), consiguió romperla con no poca ayuda interior. La operación Sumar responde a esa historia.
Nos encontramos en un momento histórico en el que debemos comprender que lo que está pasando a escala global no es algo circunstancial que puede cambiar con un cambio de gobierno en los EEUU. La socialdemocracia liberal en España no tiene proyecto político ajeno a la inercia de sostener su estructura organizativa sobre lo que le quede, cada vez menos, de poder en el estado, y la izquierda vinculada al PCE parece no querer salir del bucle desde el que legitima y sostiene a un PSOE entregado al régimen de guerra. La negativa e incapacidad del gobierno de Pedro Sánchez para plantear un auténtico horizonte democrático de transformación, puede hacer que el trumpismo por la vía de Feijóo y Vox gobierne el estado con la mayoría de territorios autonómicos.
La línea de confrontación izquierda-derecha que dibuja este horizonte de sucesos está trazada con tres pinceles interconectados ideológicamente. Uno, la destrucción total del estado social y el desprecio por los derechos básicos como el de la vivienda o los derechos humanos y democráticos de la inmigración, potenciando solo las funciones para la coerción y el rearme. Dos, en la España diversa y plurinacional, la presión para la recentralización del poder en las instituciones con residencia en la capital del reino, porque el capitalismo trumpista precisa de reducir la complejidad para facilitar su dominio. Y tres, el genocidio palestino tolerado para que la dinámica del sur global se atemorice bajo la amenaza de lo que EEUU es capaz de hacer por sí solo o a través del sionismo israelí.
Esa línea de confrontación define el parteaguas de los dos bloques que se están configurando en el plano político, un bloque de izquierdas plurinacional con distintos grados de soberanismo y (con)federalismo, que habría de llegar a alianzas cooperativas, electorales o no, y un bloque formado por la masa ultra reaccionaria de PP, Vox.
En este contexto poner en el centro la apelación a la unidad de la izquierda, teniendo en cuenta además que siempre se aprovecha contra el potencial de la izquierda transformadora, es ignorar la historia reciente, sin autocrítica por parte de quienes han contribuido decididamente a debilitarla. La construcción de un horizonte de esperanza que, por supuesto, también tenga en cuenta lo electoral, requiere una ruptura previa con lo que el PSOE está representando en este momento histórico. Con estas mimbres un gran número de personas de izquierdas que están hastiadas de la política, por creer imposible derrotar al bipartidismo, podrán volver a ilusionarse.
Unidad es una bonita palabra a la que nadie puede oponerse, para construirla debemos entender el sentido histórico de las tres heridas de Miguel Hernández, la del amor, la de la muerte, la de la vida. La del perdón, la de la ruptura, la de la esperanza.