El viento es, como definió Conrad, la voz salvaje y exultante del alma del mundo. Para oír sus palabras, rumor a veces, los hijos de una especie milenaria están poblando el paisaje de nuestras comarcas. Si este verano han realizado algún viaje por Andalucía, habrán visto conjuntos de ejemplares de porte egregio que agitan sus brazos desde lo alto de la montaña, o en los llanos de Alquife, saludando al viajero. En Andalucía, Tarifa ha dejado de ser el único lugar de emplazamiento. Son molinos eólicos del siglo XXI que el Ingenioso Hidalgo, si anduviera de nuevo “desfaciendo” entuertos, confundiría con gigantes venidos de otros mundos. Cíclopes imponentes de igual belleza, por qué no, que la de los colosos que acometió en la Mancha. El viajero de hoy ya se familiariza con las esbeltas atalayas cilíndricas, que portan aspas de perfil alar y torsión helicoidal, del tamaño de torres catedralicias.
Son como juguetes gigantescos que Eolo sopla para divertirse. Herramientas eólicas que resistirán las manos rudas de Tifón o Huracán. Esculturas técnicas que se enfrentarán a Bóreas y sacarán ventaja. El poniente, el levante, los vientos de los valles y las ventolinas marineras los mantendrán vigilantes de noche y de día. Pueblan nuestro territorio porque el viento es un recurso distribuido; si las vemos es porque vientos hay en todas partes. La energía eólica es espacialmente dispersa, no hay un solo lugar sobre la tierra que no disponga de ella. La rosa de los vientos no permite el monopolio del yacimiento. Ya, el arquitecto romano, Marco Lucio Vitruvio describió una torre ateniense octogonal expuesta a ocho vientos principales.
La tecnología eólica arranca de la cuna de la civilización occidental, Mesopotamia, donde los primeros molinos -panémonas- ya trabajaron para la humanidad. De la molienda a la producción de electricidad, de la navegación comercial y colonizadora a la pugna deportiva, la energía eólica, junto con la hidráulica, han recorrido cuatro milenios. Los griegos idearon un instrumento mecánico para que el viento hiciera sonar sus cuerdas. Arpa eólica le llamaron. Dalí concibió un órgano gigantesco tañido por el viento. Hasta hace muy poco, afirmar que el viento podía ser fuente masiva de energía era opción de unos pocos creyentes en otro modelo energético y de un puñado de científicos e ingenieros díscolos con los cánones establecidos. Hoy la energía que produce una sola máquina como las que ustedes han visto suministra, con mucho, la energía necesaria para 2.500 familias, evitando la emisión anual de diez mil toneladas de gases contaminantes. Energía limpia completamente autóctona, tanto en la fuente como en la técnica de aprovechamiento, y, no se olvide, generadora de empleo.
El boom eólico no ha hecho más que comenzar y, si todo se hace como es debido, su contribución será decisiva para disminuir la dependencia del petróleo y del gas, combustibles fósiles agotables y contaminantes, de origen lejano y, por cuyo control los poderosos hacen que el corazón del mundo lata aceleradamente. Del insalubre carbón mejor ni hablar. Y es que la energía eólica está ya suministrando el 50% del consumo energético a países como Dinamarca u Holanda, donde las instalaciones offshore hace tiempo que comenzaron a implantarse. Andalucía tiene una oportunidad histórica de liderar el modelo energético del futuro: sol y viento con sus vectores hidrógeno y biocombustibles. Si no se hace, la responsabilidad será de los actuales gobiernos locales y autonómicos. Para que esto sea así las administraciones deberán usar todos los recursos legislativos y económicos a su alcance sin caer en la trampa de las soluciones rápidas o los beneficios fáciles. La energía eólica puede formar parte agradable de nuestro paisaje si en su implantación se respetan las zonas de más sensible ecología, los espacios protegidos, y se adoptan medidas estrictas de carácter ambiental.