Lo hemos dicho en alguna ocasión la crisis del capitalismo, el choque de un modelo de permanente crecimiento de la producción y consiguientemente de la voracidad de consumo de recursos finitos, forzó la salida creativa del corsé físico del mundo real hacia el mundo especulativo de las finanzas. Esto condujo irremediablemente a las burbujas crediticias y al crack financiero.
Con el fin de continuar con la maquinaria del crecimiento del capital, el poder fáctico pone el punto de mira sobre las transferencias de renta desde el mundo del trabajo hacia el mundo financiero y promueve lo que ya llamamos la austeridad.
Una austeridad que no es sobre el uso de los recursos finitos o sobre el consumismo, si no sobre los derechos duramente conseguidos por las clases trabajadoras (incluyo toda categoría dependiente). Así se recortan derechos laborales, pensiones, protecciones por desempleo, políticas de igualdad, género, dependencia,…, y se producen reformas fiscales que fijan su objetivo en la mayoría, IVA, IRPF, autónomos, pymes,…
El efecto de estas políticas impuestas por instituciones no electas, de raíz preformativa facistoide (TROIKA) es la constitución de una legión excluida, al borde de la exclusión o duramente dañada y sin futuro, sin mecanismos públicos (educación, cultura, fiscalidad,..) que compensen la galopante desigualdad y abonen la esperanza.
Por ello, dado que el poder del capital (que tiene nombres y apellidos) no está dispuesto a ceder, es más está dispuesto a morir matando, un gobierno como el español, con el apoyo de un PSOE “opositor”, que ya sólo puedo calificar como poco de indecente, pactan la reforma el código penal. Por ello la ley mordaza y por ello la nueva y más dura amenaza a la democracia desde la transición que supone la Ley Orgánica de Seguridad Nacional que prepara el gobierno.
La desigualdad extrema en la que ya se encuentran muchas personas, y hacia la que nos encaminan a la mayoría, es incompatible con la democracia.
Las gentes decentes, la mayoría, hemos de interiorizar esta cuestión y trabajar por tomar el poder institucional en todos los espacios posibles, todos.
Ni el bipartidismo, ni esos partidos nacionalistas del Euskadi o Cataluña que lo han sustentado, ni ese nuevo partido catalán-español pueden servir para defender la democracia, empezando por recuperar lo que de ella se ha hurtado en estos últimos años a velocidad endiablada.