Más bien esta recurrente cálida meteorología es una marejada de calor. Una de las evidencias físicas de que el cambio climático ha venido para quedarse es la subida, año tras año, de las temperaturas medias, y la superación, año tras años, de las temperaturas máximas. Es el calentamiento global que afecta a todo el globo terrestre, aunque hay zonas geográficas donde los efectos son más dañinos, vivimos en una de ellas.
Tenemos menos agua y más lluvias torrenciales, tenemos más medusas en las playas (lo que tiene que ver también con la contaminación orgánica que arrojamos a nuestras aguas), tenemos bajadas del rendimiento de las cosechas del orden del 25%. Tenemos pérdida de biodiversidad con consecuencias catastróficas para la vida en general y la vida humana en particular, recordemos que son los insectos los principales agentes de polinización. Tenemos refugiados climáticos que vemos, porque lo son, como refugiados económicos. Tenemos alergias, enfermedad y muerte por respiración de ozono troposférico y orgánicos volátiles.
Tenemos un gran desastre en ciernes que nos está costando ya mucho dinero, y aunque la visibilidad y conciencia del problema es ahora muy amplia, el asunto del cambio climático está olvidado en la política, la diaria y la de los objetivos a largo plazo.
Un ecologista como yo, siempre tiene que decir que luchar contra el cambio climático no sólo es luchar por nuestra vida y las de las generaciones futuras, es luchar por un nuevo modelo productivo democrático y social, que mire al bien común y que rompa con nuestra dependencia de los combustibles fósiles, que potencie las relaciones de proximidad y fije la economía al territorio. Ecología y economía deben darse la mano.
Espero que esta marejada de calor, en la que la calle arde al sol de poniente, se convierta en escuela de calor contra el cambio climático, porque aquí en Granada ya somos todos africanos por la Gran Vía.