El espejo andaluz de Pedro Sánchez es Susana Díaz. La imagen especular devuelve la derecha en la izquierda y la izquierda en la derecha. No es lo mismo que los Presupuestos Generales del Estado (PGE) sean los del Gobierno de coalición, que sean los presupuestos de Pedro Sánchez con Ciudadanos.
En 2015 Susana Díaz pactó con Ciudadanos su investidura, derechizó la política andaluza y contribuyó a la continuidad de Rajoy. Díaz formó un gobierno obediente a los recortes de Montoro condicionado por la reducción de ingresos autonómicos impuesta por Ciudadanos. En 2017, con la dinámica unilateral del independentismo, la entonces presidenta andaluza se suma a la derecha enaltecida entorno al “a por ellos” del gobierno del PP. “No hay nada más andaluz que un guardia civil” dijo quien fuera derrotada en las primarias por un Pedro Sánchez abrazado al podemismo, la plurinacionalidad y el diálogo para afrontar el conflicto catalán.
En las elecciones autonómicas del 2 de diciembre de 2018, en un contexto de gran deterioro de los servicios públicos y estructural empobrecimiento, el PSOE sufre su peor resultado histórico en Andalucía. Un 7% del electorado de izquierdas se queda en casa sin transferir voto a Adelante Andalucía. Un inhibidor de la transferencia fue el “con Susana ni muerta” de Teresa Rodríguez. La alianza PSOE-Ciudadanos sumó el desencanto con la rabia ultraderechista y abrió la puerta del sur a las derechas con Vox. Si Pedro Sánchez quiere desandar su camino y poner España en modo trumpista, no tiene más que insistir en dar prioridad a un pacto presupuestario con Ciudadanos.
Es verdad que el miedo de ERC al poder real de los antiguos convergentes, colgados del árbol pujolista del tres per cent, no pone fácil unos PGE sobre la mayoría de investidura. Urkullu dijo de su líder, Oriol Junqueras, tras las decisiones que instigó en los días en los que se jugaban en Cataluña elecciones anticipadas convocadas por Puigdemont o la aplicación del 155, que “lo peor de la política se ha encarnado en él”. Tres veces ha bloqueando ERC avances progresistas en Cataluña y fuera de ella, obstruyendo una salida dialogada. Una, el día de las treinta monedas; dos, la negativa a apoyar los PGE del gobierno en solitario de Pedro Sánchez tras la moción de censura; y, tres, la comunión de su voto con Vox para negar la cuarta prórroga del estado de alarma por razones de corto alcance sanitario y nula utilidad para el diálogo.
Consecuencia del COVID-19 y sus derivadas socioeconómicas, los PGE no pueden ser los que hubiesen sido. Las PYMES están tan dañadas por la pandemia como la gente autónoma, asalariada o desempleada. Un gobierno progresista habrá de ampliar ahí los énfasis de sus políticas económicas, sociales y fiscales. Las PYMES son grandes generadoras de empleo con fuerte potencial transformador del modelo productivo. Cabe perfectamente en ese territorio una negociación seria con Ciudadanos. Pero antes, los PGE deben pactarse dentro del gobierno de coalición, para buscar después acuerdos fuera y sumar apoyos sin alterar el fondo progresista, feminista, ecologista y de justicia laboral, fiscal y territorial que necesariamente han de tener, dada la mayoría social que representa el bloque de investidura.
Si Pedro Sánchez quiere ser la imagen en el espejo que le muestra Susana Díaz puede priorizar a Ciudadanos frente a su socio de gobierno, habría de saber entonces, como la historia cuenta, que detrás de ese espejo habitan las derrotas.