Publicado en IDEAL de Granada el 18/06/2004
La palabra vega no es un concepto biológico, no alude a ningún ecosistema natural. No es tampoco un concepto geológico; la geología, para nombrar un territorio formado por tierras de alubión y materia orgánica procedente de la descomposición vegetal, tierras fértiles y feraces conformadas por la acción persistente de los ríos y de la vida, utiliza la palabra depresión. Los primeros asentamientos neolíticos en zonas de media ladera se localizan próximos a estas tierras dóciles para el cultivo. En el castellano la palabra vega procede del término íbero vaica, lo que viene a indicarnos que el uso agrícola de estas formaciones naturales, bien regadas, llanas y fértiles, con fuerte capacidad intrínseca de producción de biomasa vegetal, es tan antiguo como los primeros asentamientos humanos de la península. En ellos la agri-cultura es su principal actividad técnico productiva. Lo que quiero decir con esto es que la palabra “vega” alude a un concepto cultural, un concepto humano. Destruir la Vega, cualquier vega, significa destruirnos a nosotros mismos, acabar con nuestro ser cultural.
La superación de la antinonia naturaleza/cultura puede ayudarnos a superar la confrontación ciudad/campo. Era la Vega de Granada un espacio tradicionalmente integrado en sus pueblos, o a la inversa, eran los pueblos lugares integrados en la Vega. Las tramas urbanas originales producían espacios de transición suave entre lo urbano y lo agrario, de modo que uno podía andar por sus calles céntricas y llegar a un espacio agrario, casi sin darse cuenta, en Granada la vía pecuaria del camino de Ronda, la arboleda de la actual avenida de la Constitución y los paseos de la Bomba, del Salón y del Violón hacían de espacios de transición verdes, ajardinados y arbolados.
El urbanismo voraz que se ha practicado ha resuelto siempre el crecimiento de la ciudad hacia los terrenos de vega, construyendo la ciudad contra la actividad agrícola de mayor calidad. Además, la explosión del uso del automóvil como medio de desplazamiento en la ciudad y entre las localidades metropolitanas, ha convertido la vega en un espacio que comparten a la fuerza el alquitrán, los coches, los caminos transitados con sus acequias al borde, los terrenos agrícolas, las naves industriales, y las edificaciones ilegales. El modelo económico desarrollista, el modelo urbano y el modelo de movilidad ciudadana expulsan paulatinamente la actividad agraria de la Vega de Granada. Estos dos cánceres, que alcanzaron la metástasis a finales del siglo pasado, están desarticulando y desestructurando un territorio de cultura compartida, cuyos habitantes desconocen cada vez más, al convertirlo en un espacio de tránsito ignorado. La Vega es ahora se tornó perceptiva y prácticamente en lugar de desplazamiento y en lugar para construir antes que un lugar para compartir, vivir y cultivar.
Los PGOUs y el POTAUG, escasamente vigilado, actuales respondien al modelo del creimiento especulativo inmobiliario, favoreciendo unos tipos de ciudades y pueblos esperpénticos, difícilmente reversibles, y que han incidido gravemente en la calidad de vida de los habitantes metropolitanos. Hay más coches pero no llegamos antes a ningún sitio, hay más viviendas nuevas pero también una bolsa enorme de vivienda desocupada, hay retículas de unifamiliares sin vida social y barrios históricos deshabitados, se ha multiplicado la oferta de viviendas pero son inasequibles, las hipotecas de antes eran a diez años, en tanto las de ahora llegan con facilidad a los veinticinco o treinta o más. El desempleo juvenil es galopante y el trabajo en precario o irregular la costumbre.
Los indicadores económicos miden la marcha de la economía en función de parámetros tales como el consumo energético, el PIB, el gasto y la renta per cápita, el IPC, el índice bursátil o la tasa de desempleo. Conceptos todos ellos que cuantifican valores medios, pero no atienden a la calidad, no tienen en cuenta valores sociales, medioambientales, de igualdad, de salubridad o laborales, ni, y sobre todo, valores de futuro. Pero lo que es peor, son indicadores excluyentes de la masa de población que ha de conformarse en el mejor de los casos con un sueldo de supervivencia.
Regenerar y proteger la Vega de Granada significa hablar de su pervivencia cultural y de sostenibilidad económica, significa hablar de desarrollo sustentable y calidad de vida para ahora y para los que vendrán. Significa hablar no sólo de donde se debe construir y donde no. Significa integrar en su futuro otros modelos de agricultura, movilidad, industriales, constructivos y socioeconómicos. Significa poner en valor sus recursos turísticos, patrimoniales y medioambientales. Significa intervenir en los convenios colectivos para favorecer diversidad de horarios, jornadas continuadas y accesibilidad por medios colectivos y no discriminatorios. En definitiva, trabajar sobre una perspectiva holística e integradora que observe la Vega y sus actividades como un entramado de relaciones y municipios conectados y mutuamente influidos, con su diversidad y sus aspectos comunes. Significa olvidar el ladrillo y el beneficio rápido por recalificación de terrenos como único modo de crecimiento económico.
Por ello, hay que potenciar la agricultura ecológica y crear la marca de calidad Producto de la Vega de Granada, recuperar las acequias, favorecer el uso eficiente del agua y evitar la sobreexplotación y la contaminación del acuífero que subyace, establecer planes de gestión de su biomasa residual, así como políticas de fomento de la agroindustria ecológica. Hay que trabajar sobre el modelo de transporte público potenciándolo fuertemente: el metro en superficie que una las localidades y los polígonos industriales es esencial; no hay en la actualidad forma de ir a trabajar a estos lugares si no se dispone de vehículo particular; el autobús y la red de carriles bici deben ser alternativas reales; el coche debe quedarse en casa, limitando así la necesidad de aparcamientos e infraestructuras de alquitrán y hormigón. Hay que generar políticas de rehabilitación de caminos, senderos y arboledas; de recuperación de las riveras de los ríos, desde una perspectiva de intervención blanda de las administraciones, que fomenten los usos agroturístico, de ocio y esparcimiento; favorecer modelos de uso comunitario que recuperen la Vega como imagen simbólica del ser social y colectivo de los ciudadanos del área metropolitana. Las planificaciones urbanas deberían conducir a la Vega con calles arboladas y parques sin adoquín y losa, contra la costumbre actual, y no obstruir su perspectiva, como ha hecho la primera circunvalación de Granada, situando a la ciudad de espaldas a su vega.
En definitiva, hay que iniciar el camino hacia la sostenibilidad agraria, cultural y socioeconómica de la Vega de Granada, para lo que considero imprescindible la creación de un organismo supramunicipal que, ya sea Agencia o Consorcio, Mancomunidad Metropolitana o Federación de Municipios, intervenga de modo influyente en todos y cada uno de los aspectos mencionados desde una perspectiva multidisciplinar y una planificación compartida y participativa, definiendo lo compatible y lo incompatible. El primer acuerdo debería establecer los límites de un territorio protegido que pudiera tener la figura de Parque Periurbano Agrícola y Cultural de La Vega de Granada, añadiendo a esta figura la declaración de Bien de Interés Cultural, con su correspondiente Plan de Ordenación de los Recursos Naturales y su Plan de Uso y Gestión. Contra el pesimismo militante en algunos municipios, afirmemos que aún tenemos vega y que queremos preservarla.
@marioortega