Bastaba que dijera a gente en apuros con hacienda que tenía contactos de altos vuelos para conseguir pasta a cambio de favores que parece que nunca cumplía.
El pequeño Nicolás es, al igual que las tarjetas negras, una metáfora de la podredumbre del sistema, una metáfora de una democracia que no merece ese nombre. Una metáfora de que la picaresca tiene en pleno siglo XXI guante blanco y cuentas en el extranjero.
Mientras las corbatas brillantes, que nos han dicho que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, son descubiertas masivamente al destapar, ellas mismas, la caja de los truenos, la sociedad pasa de la indignación a la perplejidad y de la perplejidad a la indignación como en una barcaza de feria.
Resulta que era mucho más que el “no nos representan”, resulta que todo era simulación, política ficción, estudiado simulacro.
Aquí también, en Granada, descubrimos a diario que teníamos un gobierno que simulaba que iba a solucionar los problemas de la ciudad, que simulaba que lo que hacía era por el bien de todo el mundo. Pero la ciudad sigue con los mismos problemas de siempre, pero más endeudada, más privatizada, con menos empleo público, con más empleo precario, con menos árboles y más humos.
Piensen ustedes si no es hora de acabar con el estudiado simulacro.