En una democracia con forma de monarquía parlamentaria, que un rey sea partidista es cargarse la función de la institución real, que no es otra que la simbolización de la armonía del conjunto y no de las intenciones de alguna de sus partes. Que el rey es un rey político lo demuestra que es percibido como un rey de derechas por una gran mayoría de la ciudadanía española. La reciente encuesta sobre la corona encargada por una importante plataforma de quince medios de comunicación, realizada por la agencia 40dB, lo dice: un 6% piensa que es de izquierdas o de extrema izquierda, un 20,9% de centro y un 41,5% que es de derechas o de extrema derecha.
¿Cuánto se alejará lo que diga el Rey del discurso que dio el 3 de octubre de 2017 contra los promotores políticos del referéndum del 1 de octubre en Cataluña? Un referéndum que no tenía ningún valor jurídico, en el que tomo partido alentando la confrontación en lugar de guardar silencio o sencillamente llamar al entendimiento de todas las partes.
¿Cuánto se alejará lo que diga el Rey de la tradición paterna en sus relaciones con hacienda, con sus cuentas en el extranjero, con duras dictaduras o con importantes personajes de las finanzas internacionales? ¿Qué dirá sobre el fascismo que se oculta en esa legión de aduladores que gritan viva el Rey y que banalizan que haya quienes quieran asesinar a 26 millones de españoles porque piensan diferente? ¿Qué dirá sobre el bloqueo antidemocrático a la renovación del Tribunal Constitucional, del Consejo General del Poder Judicial, del Defensor del Pueblo o de la dirección de RTVE? ¿Pedirá el Rey acabar por ley o por reforma constitucional con la inviolabilidad fuera y dentro del ejercicio de sus funciones reales? ¿Pedirá el Rey un mayor control público de las cuentas y actos de la Casa Real?
Es importante que sepamos si el Rey desea que la monarquía de la constitución democrática del 78 se aleje de su origen franquista o que mantenga la imagen de que representa intereses de parte. Así que, expectante a lo que diga el Rey.